EDITORIAL
Problemas confluyen, y también soluciones
Recientemente estuvo en el país el joven ecologista neerlandés Boyan Slat, fundador de una iniciativa de limpieza de desechos plásticos en el océano, cuya meta es ambiciosa pero muy loable: limpiar los mil ríos más contaminados del planeta. El río Motagua es uno de los más largos del país y también uno de los que más basura arrastra, la mayor parte proveniente del área metropolitana, pero que va a dar hasta el mar Caribe. Uno de los planteamientos de Slat es instalar un sistema interceptor de desechos sólidos en el río Las Vacas, afluente del Motagua, con el apoyo de empresarios ambientalmente conscientes.
Sin embargo, el problema es mucho más grande, debido a que existen más ríos con el mismo problema, en ambas cuencas oceánicas. Por ejemplo, al revisar cauces del litoral sur, es usual detectar bolsas, botellas y restos de utensilios plásticos atorados en las riberas o arrastrados hasta el mar. A veces, tales basureros ambulantes van a dar a humedales como Manchón Guamuchal, que se ven súbitamente cundidos por el descuido de centros urbanos desordenados y ecológicamente irresponsables. De hecho, resulta un tanto penoso que sea una persona de una latitud distante quien esté afanado en frenar la riada de contaminantes.
En otro ámbito, se rellena actualmente un socavamiento en la zona 7 capitalina, el cual fue causado por drenajes rotos cuyo caudal, sobre todo pluvial, ocasionó el desgaste paulatino del subsuelo hasta formar enormes cavernas. Ya existen dos antecedentes lamentables de este tipo de sucesos: en el 2007 se formó un enorme agujero en el Barrio San Antonio, zona 6 capitalina, que no ocasionó víctimas, pero sí amplia zozobra.
En el 2010, el socavamiento fue en Ciudad Nueva, zona 2, en donde sí hubo desaparecidos. En el caso actual, se logró detectar gracias a denuncias de vecinos y medios de comunicación, lo cual obligó a una reacción municipal largamente esperada. Pero el asunto no debería terminar allí. Es necesaria una amplia, detallada y pública supervisión del estado de las tuberías de drenaje, no solo del municipio de Guatemala, sino de todos los que lo circundan. El objetivo de esta revisión estratégica no es solo la prevención de nuevos socavamientos, sino la adecuada conexión de aguas servidas y pluviales. Por ejemplo, en el caso de los municipios que circundan el Lago de Amatitlán, sus tuberías deberían conectarse en ruta a la planta de tratamiento, pero esto no ocurre así en su totalidad, porque nadie quiere asumir el costo de tal proyecto.
La infraestructura de drenajes es una de las más fundamentales para la mejora de salubridad y calidad de vida urbana. Sin embargo, es una de las más descuidadas por los alcaldes, debido a que se trata de algo que “casi no se ve”. No se puede promocionar, como las canchas polideportivas o los salones sociales, pero representa un beneficio sanitario mucho mayor. A esto se puede agregar el potencial de recolección de agua de lluvia para almacenarla y tratarla: una idea nada descabellada de cara a la creciente escasez del recurso.
Pensar en colectivo, con sentido colaborativo y enfoque ecológico, puede marcar la diferencia entre raudales de agua pluvial perdida y la mejora en el aprovisionamiento del líquido para consumo. A la vez, este esfuerzo evitaría el arrastre de basura hacia los océanos. Por un lado, pueden parecer proyectos muy costosos, pero parafraseando al activista Slat, evitar que la basura llegue al mar resulta mucho más barato y ventajoso que tener que limpiarlo.