EDITORIAL

Reconozcámonos

La amistad social constituye un concepto práctico que muy bien podría contribuir a solventar múltiples fenómenos de enfrentamiento, polarización e incluso animadversión a nivel de personas y sectores. Básicamente, constituye una actitud de renovación de la confianza en la capacidad de bondad del ser humano.

Por desgracia, los politiqueros y muchos funcionarios venales se han encargado de desgastar la confianza de la ciudadanía, pero las instituciones subsisten. Las recientes convocatorias de protesta en la Plaza obedecen a ese justo reclamo de cambios en la administración pública, la aplicación de reglas de transparencia y una claridad sistemática del manejo del erario, factores que han sido relegados e incluso instrumentalizados en favor de oscuros intereses personales o sectarios.

Para añadir complejidad a esta desazón social, surgen grupúsculos de fanáticos que esgrimiendo diversas razones, que van desde invocaciones al poder popular y a la fe hasta supuestos valores conservadores, tratan de provocar más división. Lo único que logran es fragmentar a una sociedad tan lastimada por sucesos históricos como el conflicto armado interno, la discontinuidad de la lucha por lograr mejores indicadores de desarrollo y la proliferación de camarillas de oportunistas que se han afanado por tomar al Estado como botín, en vez de un proyecto con visión de futuro. Obedecen estos grupos promotores de la discordia a intereses opacos, a los cuales conviene el espíritu de enfrentamiento, polarización y enemistad.

El papa Francisco, en su más reciente encíclica, Fratelli tutti, pone de manifiesto la necesidad de reconstruir la amistad social, de cultivarla como una regeneración del tejido social y no solo con propósitos piadosos o confesionales, sino como una manifestación ética que restaure y amplíe las posibilidades de la sociedad moderna.

El pontífice llama a no poner en primer lugar ni las ideologías ni las posturas extremistas, puesto que solo constituyen abstracciones que dejan de lado las realidades concretas que siguen sin solucionarse.

La reciente declaración de cambio de rumbo ofrecida por el presidente Alejandro Giammattei y el vicemandatario Guillermo Castillo puede parecer un gesto fugaz o insuficiente que no basta para devolver al gobierno la confianza desgastada. Y en efecto, no basta. Sin embargo, ante la falta de alternativas reales de pensamiento coherente consolidado y viable, resulta mejor otorgar un limitado beneficio de la duda a las autoridades electas.

El horizonte global no está en situación de permitirse una ruptura del orden institucional, ni siquiera para caer en falsas sucesiones que solo traerían inestabilidad e incertidumbre, altamente dañinas para la tan ansiada competitividad.

Deben dejarse de lado en esta nueva etapa de diálogo nacional las etiquetas, los prejuicios, los estereotipos y las exclusiones. Es muy probable que nadie quede contento del todo con lo que surja de la discusión que se desarrollará en los próximos días acerca del Presupuesto 2021, pero incluso esa circunstancia será un indicador de que en algo se nos habrá favorecido, siquiera, un poco. Es urgente que nos reconozcamos como hermanos guatemaltecos y no como bandos. El futuro de las generaciones que ahora viven su infancia depende de lo que se logre en las próximas semanas.

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