EDITORIAL
Saber conducirse es una obligación vital
Los accidentes de tránsito son la segunda causa de muerte violenta, según detalla la Policía Nacional Civil, después de las agresiones con arma de fuego. Entre enero y octubre de este año murieron mil 767 personas en hechos viales, cifra solo superada por los dos mil 126 fallecidos en ataques delictivos, aunque cabe aclarar que la conducta temeraria, indolente e irresponsable de muchos pilotos llega a constituirse en potencial delito, sobre todo cuando los desenlaces son fatales.
Cada año se efectúan campañas de prevención y respeto a las normas y señales de tránsito para quienes manejan toda clase de vehículos, detección de borrachos al volante o al manubrio, llamados a revisar el estado de los automotores, operativos de verificación de licencias de manejo. Quizá tengan algún efecto, pero obviamente no es todavía el deseado. A veces, los mismos usuarios restan importancia a aspectos que consideran insignificantes, pero que pueden llegar a marcar la diferencia entre la vida y la muerte, propia o ajena, como por ejemplo el estado de las llantas, los frenos o los faros delanteros y traseros reglamentarios.
Por ejemplo, se ha convertido en creciente tendencia el uso sin reglamentación alguna de iluminación panorámica ajena a los vehículos, consistente en luces led o de xenón, que efectivamente puede dar un mayor rango de visibilidad nocturna a un piloto, pero impedírsela a otro que transite en vía contraria. Quien utiliza esas luces en carreteras concurridas pone a muchas personas en peligro y a veces los vehículos ya ni siquiera usan las luces tradicionales, sustituidas por estas barras cuyo uso adecuado es para tramos completamente despoblados. Sin embargo, hasta la fecha ni las comunas ni autoridades centrales dicen nada.
La cifra de motociclistas atropellados es escalofriante: 55 mil 668 pacientes atendidos solo por el Instituto Guatemalteco de Seguridad Social en 10 meses del año. No todos sobrevivieron y muchos quedaron con amputaciones o lesiones que marcarán el resto de su vida. Sin embargo, siguen cruzándose semáforos en rojo, invadiendo ciclovías y aceras, conduciéndose sin utilizar casco protector o zigzagueando temerariamente. No todos los pilotos de vehículos livianos y pesados tienen consideración hacia los homólogos en dos ruedas ni estos, a su vez, con peatones y ciclistas.
Para reducir drásticamente la cifra de siniestros se necesitaría una señal de tránsito que prohibiera la necedad, en su sentido más bíblico. Pero dado que la existencia de tal aviso solo es un tropo, se debe recurrir a la renovación de conductas de urbanidad, respeto mutuo y conservación de la vida propia y de los seres queridos. Conducir con prudencia no es una cursilería ni una desventaja, es tener sensatez.
Una forma de generar actitudes viales sanas es programarse para la prevención. En vez de correr contrarreloj hasta una cita, se deben establecer tiempos realistas de llegada, con ayuda de aplicaciones digitales. Planificar y seleccionar eventos, compromisos o actividades según ese criterio de temporalidad evitará ansiedades que impactan en percepciones y reacciones. Es tiempo de dejar de creer que los vehículos se “comportan” como en anuncios de TV, en películas o en la imaginación. La rapidez y distancia del frenado varían según velocidad, terreno, llantas y estado físico del vehículo. Nadie es invulnerable y no se puede predecir el efecto una colisión. Ninguna prioridad supera la de preservar la vida y la integridad física. Y si usted duda de ello, imagine un instante su ausencia en su hogar en la ya próxima temporada de Navidad.