Editorial

Sabidurías vivas

Esa memoria y sabiduría que tienen un lenguaje de canas, de arrugas en la piel y de pasos cada vez más pausados constituye un patrimonio que se debe valorar, grabar y enaltecer.

Lo más natural, usual y deseable es que los abuelos, bisabuelos, tatarabuelos… en fin, los adultos mayores de cada familia, cuenten con el afecto, atención y valoración de sus descendientes o seres queridos. Pocas cosas son tan enternecedoras como observar la conversación entre un nieto o bisnieto con aquella persona que hace siete u ocho décadas vivía también su infancia, aunque en un contexto muy distinto al actual: posiblemente en la provincia o en alguna área capitalina que era por entonces más rural que urbana. En esas memorias hay auténticos tesoros de vivencia y también de historia no oficial pero sí muy real porque la vivieron en carne propia.


Esa memoria y sabiduría que tienen un lenguaje de canas, de arrugas en la piel y de pasos cada vez más pausados constituye un patrimonio que se debe valorar, grabar y enaltecer. Lamentablemente, a muchos ancianos guatemaltecos sus largos años no necesariamente les garantizan respeto, pues son víctimas de agresiones verbales, físicas o económicas que atentan incluso contra su propio patrimonio.


Esa tragedia suele transcurrir en silencio, a veces en las cuatro paredes de una casa que debería ser su hogar por el resto de su vida pero que se convierte en escenario de acoso, desprecios o despojos. Tristemente, existen personas que no se detienen un segundo a pensar que también llegarán inexorablemente a esa edad en la cual necesitarán ayuda para caminar, para cuidar su salud o incluso para la manutención económica. Los programas de cobertura social son limitados e incluso los aportes al adulto mayor suelen ser más una carnada clientelar que un auténtico apoyo con visión de Estado para dignificar a los guatemaltecos que ya cumplieron su ciclo de trabajo pero que continúan irradiando conocimientos, valores e identidad.


En el caso de abuelos que quedan en el desamparo, víctimas de abandono o maltrato, existen instituciones que ya por altruismo, ya por caridad, emprenden la labor de sostener residencias en las cuales se les provee de techo, alimentación, vestuario y atención emocional o espiritual: un noble servicio para el cual a menudo se organizan colectas, rifas, bazares y otras actividades de recaudación.


En repetidas ocasiones, a lo largo de su pontificado, el papa Francisco ha insistido en rechazar la que denomina como “cultura del descarte”: una tendencia a valorar únicamente lo actual y lo novedoso, lo cual conduce a una inútil búsqueda de eterna juventud que siempre concluye con un vacío existencial. Cada etapa de la vida tiene su valor y encierra un ciclo que inicia con la necesidad de atención de los padres y concluye con la necesidad de atención por parte de los hijos, nietos, sobrinos, quienes se encuentran en la etapa de vigor vital y productivo.


Aparentemente, para cierto sector de población menor de 30 años, la democracia en Guatemala presenta más problemas que soluciones, más defectos que ventajas, y es allí donde se debe escuchar a los padres y sobre todo a los abuelos, para conocer de cerca las atrocidades del conflicto armado, las penurias de la violencia política y las vivencias de una era manuscrita, sin internet, casi sin teléfonos, en la cual cada palabra podía tener un valor vital y simbólico enorme. Sí, los abuelos son ese bastión de integridad, alegría sencilla y grandes ideales.

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