EDITORIAL

Se agolpan perfidias y demagogias legislativas

Para más sorna, aquellos que tienen la gorda obligación de la honorabilidad y la probidad son los mismos que, sin darse cuenta, le ponen un “precio” a su conciencia.

Existe una famosa pintura del artista flamenco El Bosco (siglo XV) llamada La nave de los locos, en la cual un grupo de desquiciados viaja —o cree avanzar— a bordo de un barco asentado en el suelo seco. El mástil del buque es un árbol donde ondea la bandera con un antiguo símbolo de la demencia. Los ocupantes de dicha nave varada eran bufones, facinerosos y representaciones de gente que ha perdido la razón a causa de sus banalidades, inconsciencias y deseos desbocados. La semana anterior, el hemiciclo del Congreso de la República de Guatemala se pareció más a esta representación satírica que a una legítima representación ciudadana: ambiciones, animadversiones y cerrazones agolpándose en un torbellino cada vez más lejano de la misión de tal organismo del Estado.

El ilícito autoaumento de los diputados se cobra desde febrero, pero aún no ha sido discutido en el pleno. Existe un bando de diputados que se hacen literalmente los locos, como si ignorar neciamente el asunto fuera a convertirse en un derecho adquirido. Es ilógico. Pronto tendrán que ser devueltos los excedentes cobrados a causa de esta misma evasión. La Corte de Constitucionalidad se lavó las manos del tema, dejando en el pleno la discusión. Ante la indolencia, incapacidad o sinrazón, la CC debería emprender la debida ejecutoria, pues por mucho menos se ha metido en otros asuntos legislativos.

En todo caso, si los diputados —sobre todo esos 87 que votaron a favor en la madrugada del 27 noviembre— se oponen, se resisten y se niegan a discutir el tema en el pleno, debería leerse como una anulación fáctica de un oneroso, vergonzoso y abyecto entuerto. Pero parece que la ofensiva de cierta manga de coaligados en el Congreso va más allá del sobresueldo que van cobrando ya por tres meses.

Esta erogación millonaria extra en los tres últimos meses representa la bicoca de Q25 millones extra para el erario, ese mismo que sostiene usted, que madruga y produce, que  batalla con el tránsito, que labora tesoneramente y supera los grandes lastres del desarrollo prolongados por una clase politiquera obtusa, mientras que aquellos llamados a “representarlo” solo llegan a fingir que se reúnen, a disputar reyertas politiqueras, a urdir jugarretas locas y entre los cuales algunos ni siquiera asisten al Congreso, pero sí cobran con todo e incremento.

Para más sorna, aquellos que tienen la gorda obligación de la honorabilidad y la probidad son los mismos que, sin darse cuenta, le ponen un “precio” a su conciencia. Basta recordar lo dicho por el expresidente del Legislativo Allan Rodríguez, del anterior partido oficialista, quien el martes último, rodeado de otros afines, argumentó a favor del autoaumento ilícito. Afirmó que un mejor salario era la mejor forma de evitar que se “compre” el voto de diputados y de asegurar su buen desempeño. Aparte de denotar que tiene conocimiento amplio de tales mecanismos, está afirmando que con Q29 mil 990 ha habido riesgo de compra de congresistas y que con Q46 mil no. En realidad, la probidad, la decencia y el respeto a la ciudadanía no tienen precio, y quien le ponga uno está afirmando que ninguna cifra es garantía.

La tribuna del Congreso, donde se debe defender la democracia y los más altos intereses ciudadanos, se convirtió, el martes último, en escenario de un pancracio entre dos diputadas, una del actual oficialismo y otra del anterior. No se ahondará en los motivos por los cuales una invadió tal espacio reservado a la directiva, pero el asunto también coincide con la mítica nave de los locos, solo que en este caso no causa gracia, sino vergüenza.

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