EDITORIAL

Segundos pueden salvar vidas en el deporte

Como en tantas otras actividades, el deporte de competición y específicamente el futbol tienen como centro y protagonistas a seres humanos que se esfuerzan al máximo para brindar un rendimiento óptimo a sus equipos. Parece obvio decirlo. Sin embargo, no lo ha sido al momento de definir protocolos de acción, equipamiento y reacción ante eventos súbitos como el ataque cardíaco que llevó al lamentable deceso del futbolista Marcos Menaldo, de 25 años, defensa del Deportivo Marquense, equipo con el cual recién había coronado una exitosa campaña como campeón del torneo Apertura 2021.

Al hacer el recuento de los factores de esta tragedia que enluta al balompié y que lamentablemente no ha sido la única, surge un detalle bastante llamativo: médicos especialistas afirman que, de haberse contado con un aparato desfibrilador en la instalación deportiva donde ocurrió el infausto suceso, muy probablemente el joven Menaldo habría tenido la oportunidad de sobrevivir. Surge allí la propuesta de que los clubes de futbol y todo lugar donde se practique actividad física cuenten de manera preventiva con ese equipo y que en su plantilla exista personal capacitado para su uso.

En la Federación Nacional de Futbol ya se evalúa la necesidad de implementar un cuerpo médico de atención de emergencias cardíacas, tanto en la liga nacional como en las tres divisiones siguientes. En algún punto podrían surgir objeciones, debido a las capacidades económicas de los equipos, que se han visto afectadas por las suspensiones debidas a la pandemia y la paulatina caída en la asistencia a los estadios. No obstante, lo que está en juego son vidas humanas en segundos que resultan vitales.

Entre los cambios por discutir también figura la posibilidad de que los integrantes de los equipos, incluyendo a los jugadores y no solo al personal técnico, participen en un proceso de capacitación en primeros auxilios y atención a emergencias cardíacas. Esto tendría lógica, pues ya se tiene traumatólogo, ortopedista, médicos generales y nutricionista, pero ante un evento como el ocurrido se necesita serenidad, capacidad de evaluación básica y reacción adecuada.

Asegurar la posibilidad de sobrevivencia de todo deportista a un ataque cardíaco no se debe invocar como un gasto, sino como una inversión básica y una muestra fehaciente de respeto por la vida. La discusión apenas comienza y podría extenderse más allá del futbol a cualquier cancha donde se practique un deporte e incluso a recintos de actividad física como gimnasios, clubes de natación y centros recreativos. Es probable que algunos, sin hacer alarde, ya cuenten con esta tecnología.

La probabilidad de un suceso trágico es constante. En la pasada Eurocopa, un jugador danés, Christian Eriksen, colapsó en la gramilla. Al instante intervino en su auxilio el cuerpo técnico, que contaba entre sus implementos con un desfibrilador externo, aparato que utilizó para estabilizarlo y conducirlo a un hospital con vida. No deberían existir reparos a la implementación de este avance. Se trata de una acción concreta de valoración y aprecio por la vida de los atletas. El deporte es un espacio de competitividad, sí, pero en un entorno de respeto y empatía, de cooperación, compromiso y responsabilidad. Salvaguardar la integridad física de quienes lo practican es una elemental obligación ética, pero si alguien objeta el costo de un desfibrilador es mejor que sea legislado.

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