Editorial

Semana para frenar la siniestralidad vial

Al sancionar con apego a la ley y divulgar por redes sociales las acciones en puntos aleatorios, se propiciaría una contrición anticipada, al menos por temor a las multas.

La Semana Santa es la época de mayor movilidad vehicular en cada año, debido al masivo descanso otorgado, a veces desde el mismo Viernes de Dolores y en días subsiguientes. Cientos de miles de guatemaltecos se desplazan hacia sus lugares de origen para compartir con sus familias, otros se decantan por destinos turísticos de playa, ríos, balnearios o núcleos de recreo como Guatemágica, cuyo principal atractivo son los parques del Instituto de Recreación de los Trabajadores (Irtra). Pero con este incremento de traslados, en vehículos livianos particulares, buses o microbuses, de línea o bajo contrato, también hay saturación en ciertos tramos carreteros, que en algunos puntos son verdaderos embudos generadores de tensión, desesperación e imprudencia.


También hay fuerte movilidad en la zona 1 capitalina, Antigua Guatemala, Quetzaltenango y otros núcleos urbanos en los cuales se efectúan fervorosas actividades religiosas, incluyendo procesiones. De nuevo, la confluencia de automotores en determinadas horas y localidades acrecienta la posibilidad de congestionamientos. Usualmente, todo circula al cabo de pocas horas, después del paso de cortejos, durante las cuales lo más importante es mantener la serenidad, la razón y el sentido común, un consejo que, por supuesto también, se aplica a todo desplazamiento en el país.


Lamentablemente, existen auténticos cafres del volante que abusan de la velocidad —a menudo bajo efectos de licor—, rebasan en curvas o incluso sobre carriles contrarios; en los congestionamientos son frecuentes las triples y cuádruples filas, en un absurdo e irrespetuoso afán de llegar “antes” a su destino, poniendo en peligro las vidas de quienes abordan sus vehículos. Pero todas esas salvajes conductas se ven acrecentadas por la impunidad y la ausencia de autoridades.


Autoridades policiales y de dependencias del Estado suelen promocionar campamentos de auxilio en ciertas ubicaciones; también se instalan retenes “preventivos” que a menudo causan embudos adicionales e innecesarios. En todo caso, la prioridad es detectar y sancionar a todo vehículo que se maneja imprudentemente, y más efectivo sería destacar agentes para monitorear la velocidad, para, más adelante, proceder a detener a los velocistas ilegales. Lo mismo vale decir de los rebases temerarios, usualmente ejecutados por pilotos autobuseros en total impunidad. Al sancionar con apego a la ley y divulgar por redes sociales las acciones en puntos aleatorios, se propiciaría una contrición anticipada, al menos por temor a las multas.


Las policías municipales de Tránsito y la propia PNC podrían contribuir con la labor de orientar y también de instalarse en los cruces complicados de su demarcación. En los puntos críticos de rutas de la Costa Sur, a Occidente y al Atlántico, que son las más cargadas de vehículos, deberían existir operativos extraordinarios para facilitar la fluidez, regular el paso en cruces complicados como Cocales y San Bernardino, Suchitepéquez; o en El Rancho, El Progreso, solo por mencionar dos.


En la Semana Santa del 2023 ocurrieron 257 accidentes de tránsito, con 66 fallecidos y 302 lesionados; en el 2024 fueron 238 los percances, 60 víctimas mortales y 283 heridos. La mitad de los sucesos fueron protagonizados por motociclistas, la mayoría por colisiones y derrapes. Las cifras son frías, pero elocuentes, y el objetivo trazado para este año debería ser reducir aún más la siniestralidad. Nadie desea ser protagonista y menos aún occiso o damnificado de una tragedia vial, pero demasiados conductores ponen en riesgo a sus seres amados bajo la absurda obsesión de llegar “más rápido”. ¿A dónde?

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