EDITORIAL

Servicio fundamental

En una época de tantas fallas en el Estado, de carencias, incapacidades y la siempre lamentable corrupción que limita el alcance de los programas de atención a necesidades personales y colectivas, los aportes de Responsabilidad Social Empresarial acuden al rescate de situaciones concretas en las cuales se entrega de manera voluntaria, constante y asertiva el afán de excelencia que las compañías sostienen en su misión corporativa, pero orientados a la comunidad en la cual se insertan.

Este modelo de ciudadanía institucional se encuentra presente en diversos órdenes de la vida de los países, incluyendo Guatemala. Los primeros aportes comenzaron en la década de 1960, a través de iniciativas de mejora en la salud y seguridad industrial, la recreación de los trabajadores y proyectos educativos sostenidos parcial o totalmente con el aporte de compañías que asumieron un papel protagónico en la mejora del entorno en el cual se desarrollan sus actividades. Con el paso de las décadas esta cultura constructiva se ha consolidado.

El desarrollo de la Responsabilidad Social Empresarial ha superado el abordaje puramente filantrópico, aunque sigue siendo parte de algunas propuestas de aporte. Hoy por hoy existen iniciativas orientadas al desarrollo intelectual y profesional de los colaboradores, a la proyección de valores cívicos, impulso del deporte, fomento de las artes, fortalecimiento de las culturas locales y creación de relaciones armónicas con las comunidades en las cuales se cuenta con instalaciones fabriles, fuentes de materia prima o áreas de tránsito, con el fin de desarrollar una convivencia de mutuo beneficio.

Así también las prácticas corporativas de optimización de energía, reducción de desechos sólidos, tratamiento de aguas servidas, reforestación y aportes a la conservación o estudio de la diversidad biológica constituyen valores convertidos en acción, bajo la convicción de que se trata del mismo entorno de los consumidores o usuarios de los productos y servicios que sostienen la actividad productiva: se trata de un círculo virtuoso entre la competitividad y la sostenibilidad.

Este impacto positivo en “la casa común”, como denomina el papa Francisco a la Tierra, es lo que motiva la publicación, este día, de un informe acerca de la RSE como factor fundamental para el impulso de un desarrollo sostenible, entendido como una valoración integral de la ecología como la interrelación armónica y equilibrada del ser humano con su entorno. Esta práctica es hoy más factible que hace dos décadas, gracias a la evolución del paradigma corporativo, cada vez más orientado a una visión integral de servicio.

Las empresas pueden desarrollar políticas de conservación y eficiencia ambiental con acciones focalizadas; sin embargo, existen algunas que implementan campañas de educación y ética entre sus colaboradores, socios, aliados y familias acerca de la necesidad de reducir los impactos de la vida moderna sobre los ecosistemas. Obviamente se trata de procesos que no ocurren de la noche a la mañana, pero que pueden germinar a base de iniciativas empresariales que a la vez generen transformaciones culturales a beneficio de próximas generaciones.

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