EDITORIAL

Símbolos y valores

Existen símbolos patrios tradicional y legalmente instituidos, dignos de exaltación y respeto por su belleza y majestuosidad, como la monja blanca, el quetzal y la ceiba pentandra. Así también figuran el Pabellón Nacional y el sublime himno nacional, como significativos baluartes de identidad guatemalteca que evocan la unidad nacional en un entorno de libertad, pluriculturalidad y plena valoración de la persona humana.

Son encomiables y emotivas las tradiciones que festejan el aniversario de independencia patria, tales como las carreras de antorchas, los desfiles a ritmo de viento y percusión o la decoración de calles y avenidas con motivos estéticos nacionalistas, pero nunca se debe perder de vista que todas estas manifestaciones no constituyen un fin en sí mismas, sino son tan solo un medio.

En otras palabras, el verdadero significado de las expresiones cívicas se encuentra en la coherencia entre valores y acciones, entre discurso y testimonio, entre representación y realidad, dicotomías que a menudo quedan obviadas por la fugacidad del momento o por deliberados intentos de exhibir apariencias.

Esa ciudadanía que madruga cada día a sus labores, que cumple sin aspavientos sus obligaciones, que se esfuerza por ser mejor y hacer mejor a su familia y a su comunidad, que labora con integridad y que vive a partir de valores como la honradez, la perseverancia, la amabilidad y el servicio es la que festeja a diario a la Patria.

Resulta fácil para ciertos personajes presumir de patriotismo y hasta exacerbar el nacionalismo a fin de justificar ciertas conductas e incluso de disimular desmanes, pero toda esta retórica se derrumba al examinar sus prioridades, sus ofrecimientos incumplidos y la incoherencia de determinadas acciones desarrolladas bajo secretividad que abiertamente riñen con la auténtica soberanía nacional.

El respeto, la empatía, la honradez y la justicia son otros valores sin los cuales cualquier simbología o arenga carece de sustento, ya que se trata de conceptos que no son absolutos abstractos, sino actitudes de la vida cotidiana, cuya presencia o ausencia se verifica en el actuar individual. Los valores se pueden proclamar verbalmente, pero solo se comprueban mediante actos concretos. De nada sirve exaltar a la flor o el árbol nacional si no se contribuye a reducir la deforestación del país. Qué significado tiene admirar al ave símbolo, si se destruye el entorno ecológico con el manejo irresponsable de basura y desechos sólidos.

Solo con valores y acciones enlazados se honra verdaderamente el ondear de esa hermosa bandera que evoca el cielo de esta nación, en donde hay una prodigiosa productividad, pero también extendida pobreza; en donde hay un preciado bono demográfico de población, pero la mitad de la niñez vive la agonía de la desnutrición crónica; en donde existe un Estado libre y democrático, que fue aprovechado por muchos para turbios negocios. La Patria no es una abstracción, sino una construcción diaria no de ladrillos, sino de probidad, solidaridad y una constante visión de legar a las próximas generaciones un país mejor.

ESCRITO POR:

ARCHIVADO EN: