EDITORIAL

Tesoro enterrado

El hallazgo de una tumba maya, que data aproximadamente del año 500, en la cual había una impresionante máscara de jade, además de osamentas y, grabada sobre hueso, la figura de un gobernante, vuelve a evidenciar la inmensa riqueza de la civilización maya que se conserva en suelo guatemalteco. Un equipo de arqueólogos guatemaltecos y estadounidenses localizó esa urna del tiempo en un sitio de Melchor de Mencos, Petén. La estructura ya había sido saqueada previamente por los “huecheros” o saqueadores de piezas; en su ignorancia y gazuza por obtener ilícitos ingresos, los ladrones derrumbaron el recinto funerario en el cual los expertos localizaron las citadas joyas.

No es la primera ni será la última vez que se produzca un descubrimiento de esta magnitud. Prácticamente todo el territorio de Guatemala es un yacimiento, sobre todo en las tierras bajas de Petén y la Costa Sur. Lamentablemente, el desconocimiento ha propiciado la destrucción de muchos sitios sin siquiera haber sido descubiertos, arrasados por cambios de uso de suelo en diversas localidades.

En efecto, el factor educativo es clave para crear en la ciudadanía un extendido sentido de valoración sobre el significado de vestigios prehispánicos. En muchas escuelas primarias y secundarias apenas se dan unos brochazos, poco actualizados, acerca de los hitos marcados por la civilización maya, así como por culturas precedentes, como la denominada cotzumalguapa y la olmeca, en el litoral sur, cuyas huellas escultóricas son inconfundibles.

En septiembre último, el sitio Takalik Abaj fue incluido en la lista del patrimonio mundial de la humanidad de la Organización para la Educación, la Ciencia y la Cultura, Unesco. Tal designación debería ser motivo de mayor difusión de su contexto y características en todos los planteles oficiales, con materiales didácticos producidos por el Estado bajo criterios pedagógicos de lectoría y diseño, a fin de generar ese sentido de pertenencia, orgullo y trascendencia del trabajo arqueológico. Lo mismo valdría decir de Iximché, la antigua capital del reino kaqchiquel, donde se fundó la primera capital de Guatemala, hecho del cual se cumplirán 500 años el próximo 25 de julio.

No está de más mencionar el inconmensurable valor de la cuenca El Mirador, en el norte de Petén, cuna de la civilización maya hace más de tres mil años, un conjunto de diversidad biológica y patrimonio monumental que sigue en riesgo debido a deficientes medidas de protección y a la tácita resistencia a declararlo santuario natural. En su interior se han encontrado calzadas, pirámides, tumbas y cientos de piezas milenarias que lo podrían convertir en un destino ecoturístico de fama global, con opción a fomentar el desarrollo de las comunidades como anfitriones y prestadores de servicios de hospedaje y guía, con protocolos de sostenibilidad ambiental y pertinencia cultural.

Lo mismo cabe decir de decenas de sitios mayas, descubiertos y explorados a lo largo del siglo XX, pero que siguen sin tener facilidades de acceso o visita, pero sí vulnerables al asedio de bandas de saqueo. Se calcula que en el país existen unos cinco mil sitios arqueológicos, pero solo una treintena cuenta con alguna infraestructura. Ese abandono debería cambiar pronto antes de que avance más la depredación.

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