EDITORIAL

Trágica vulnerabilidad debe acicatear acciones

Es inenarrable el siniestro que en unos cuantos segundos segó, la madrugada de ayer, al menos 18 vidas de adultos y menores guatemaltecos. Tenían sus viviendas en el fondo del barranco bajo el puente El Naranjo; algunos fueron hallados sin vida y otros siguen desaparecidos. Un posible dique causado por un derrumbe aguas arriba y las repentinas lluvias de la noche del domingo habrían sido la causa de un aluvión que arrasó con las humildes viviendas de lámina. Una vez más la vulnerabilidad se combina con factores climáticos para causar una tragedia.

Expertos en riesgo climático exponen la necesidad de prevenir este tipo de sucesos infaustos a través de crear conciencia en los ciudadanos y de evitar el poblamiento de zonas cercanas a laderas o en sus pendientes. Sin embargo, es innegable la dificultad económica crónica de miles de familias y con ello la imposibilidad de acceder a una vivienda digna. Alquileres inaccesibles y la priorización de rubros básicos como la alimentación, la educación de los hijos o el transporte al trabajo terminan de configurar un escenario complejo.

En el caso específico del asentamiento Dios es Fiel, bajo el puente El Naranjo, fue desalojado en el 2005 en prevención de una tragedia. Sin embargo, la vigilancia del área duró poco y volvió a poblarse. Pero no es el único sitio así. Miles de familias levantan sus viviendas en terraplenes riesgosos de la capital y municipios vecinos. No se trata solo de sacarlos de allí sino de proveerles alternativas sustentables y financiables, lo cual a su vez se torna en una espiral de complicaciones, costos y áreas disponibles para urbanizar, una consecuencia más de la macrocefalia urbana y económica señalada hace cinco décadas.

Por otra parte, Guatemala sigue considerándose una de las naciones más vulnerables al cambio climático y a los desbalances de la precipitación pluvial. Son insuficientes los aportes del mundo civilizado a la conservación de la capa forestal, tan necesaria para amortiguar dicho deterioro ambiental, y sería deseable que de haber tales recursos se dedicasen a la consolidación de cuencas y a la atención de las colonias que proliferan en los declives.

Pero el impacto de las cuencas hídricas sin monitoreo no es solo para quienes habitan en la precariedad, aunque son quienes más peligros enfrentan. No obstante, existen efectos que agravan la vida diaria. Para muestra, el deslave que arrasó el km 19 de la carretera al Pacífico, el cierre parcial de la calzada Lourdes de la zona 5 debido a la amenaza de derrumbe por el paso de un río entubado, o varios socavones producidos por el colapso de colectores de desagüe. Es imprescindible la actualización de protocolos de monitoreo de vulnerabilidades y la organización de los vecinos que habitan en zonas bajo amenaza, sobre todo en la temporada de lluvias.

Es posible que exista reticencia y las personas se opongan, pero si se presentan planes claros, acciones concretas y objetivos vitales podría llegar a evitarse un suceso con esa cauda mortal o incluso peor. En todo caso, el actual período de lluvias no ha finalizado. Después de un septiembre inusualmente seco se aproxima otro lapso que genera aguaceros y temporales. Sería oportuno, como un mínimo gesto de solidaridad, que el Gobierno declare tres días de duelo por las víctimas de este lamentable hecho y que la Conred emprenda cuanto antes una campaña informativa que se caracterice por la claridad y la empatía.

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