EDITORIAL
Un desabasto que denota incuria
A la altura de la historia en que se encuentran el mundo, la tecnología, las comunicaciones y el trabajo organizacional, resulta simplemente injustificable la crisis que afronta el principal, más antiguo y emblemático hospital de referencia del país: el San Juan de Dios, cuyo personal médico se encuentra literalmente mendigando medicinas para poder atender a los guatemaltecos que a diario acuden allí ante la imposibilidad de poder costearse atención en el ámbito privado. Se topan con que les pueden diagnosticar, pero no hay fármacos con qué curar sus dolencias.
La salud es una garantía ciudadana y una obligación del Estado. No es la primera vez que se produce un desabasto de este tipo, pero eso hace a su vez aún más patético el papel de las autoridades del ministerio y de la misma directiva del nosocomio. Bien se podría escribir una diatriba al titular de la cartera, sus asesores y sus antecesores en el cargo en el actual gobierno, presidido coincidentemente por un médico, que hasta ha creado un consultorio televisivo para anunciar los logros que considere pertinentes. Es una lástima que las carencias, los fallos y las penurias de la gente no formen parte de ese foro.
Es precisamente por ello que en los momentos de mayor necesidad, de más angustiosa carencia y de apremiante necesidad de respuestas los funcionarios se esconden y tienen aversión a ser cuestionados. El ministro Coma había sido relativamente accesible, pero desde las primeras quejas de facultativos del San Juan, la semana anterior, dejó de responder directamente. Es necesario que aclare, y si es necesario que denuncie, cuáles son las fallas que condujeron a este fiasco que pone de manifiesto la negligencia burocrática o bien los oscuros intereses que sabotean las compras por considerarlas un botín.
Y es que el San Juan de Dios no es el único plagado de carencias. En hospitales del interior, como el de Chiquimula o el de Mazatenango, también hay falta de insumos. Directores y médicos se resisten a hablar por temor a represalias, hasta que el agua llega al cuello y les obliga a abrir las puertas para salir a gritar de voz en cuello la tragedia que se vive en esas salas y corredores donde se intenta salvar vidas sin tener ni siquiera analgésicos.
El pobre paciente debe ver cómo se las apaña para conseguir el dinero para la receta que le dieron en la consulta externa, pero este predicamento lo pone casi en el dilema imposible de comer o curarse. Debería poder encontrar una ayuda, un consuelo, una esperanza en el mayor hospital público del país, al cual son referidos también adultos y niños, desde la provincia, pero por ahora solo se encuentran con los estantes vacíos y hacinamiento en las salas.
Pero eso ya lo sabía el doctor Giammattei hace tres años. En su llamado Plan de innovación y desarrollo, en campaña, describía: “Debe agregarse crisis de desabastecimiento en medicamentos y equipo en todo el sistema hospitalario nacional”. Y más adelante señala: “Podríamos decir que el modelo de salud pública está agotado y debe ser revisado, reestructurado y relanzado, ya que de continuar así las repercusiones sociales serán de más pobreza”. Vendrán excusas, justificaciones, endoso de culpas y hasta despidos. Se invocará a la pandemia como barrera para mejorar la atención, pero tampoco se visualizan los hospitales que supuestamente quedarían funcionando tras la emergencia. El desafío de fondo sigue allí en la sala de espera de la historia: el guatemalteco sigue esperando en una banca que el candidato cumpla con lo ofrecido.