EDITORIAL
Un día internacional poco celebrado
Desde 2012 se conmemora, cada 1 de junio, a instancias de la Organización de Naciones Unidas, el Día Mundial de los Padres y Madres, como una ocasión para recordar los esfuerzos cotidianos sostenidos de millones de hombres y mujeres para proveer de alimentación, techo, educación, valores y afecto a sus hijos.
Los núcleos familiares constituyen la unidad básica social, el ámbito primordial en donde se gesta la vida y se desarrolla la personalidad, la sensibilidad y también el sentido moral y ético, a través del ejemplo de los padres, quienes a su vez constituyen el motor de la actividad económica a través del empleo, el consumo y el ahorro.
La responsabilidad de padres y madres se desarrolla de una forma tan natural y cotidiana que a menudo se olvida destacar el impacto tan relevante de sus esfuerzos para proveer un ambiente sano para sus familias, en una atmósfera de amor, comprensión y búsqueda de bienestar. Las acciones de cada padre o madre de familia, sumergidas en el día a día de la búsqueda de sustento, tienen perfecta conexión con enfoques globales de mejora social, tales como la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, aprobada por líderes de todo el mundo en 2015, con el objetivo de redoblar el combate de la pobreza, la promoción de una prosperidad económica inclusiva, el desarrollo educativo y la mejora en la calidad de vida de las comunidades, en un contexto de conservación del medio ambiente.
Son diversos los factores y complicaciones sociales que dificultan e incluso imposibilitan la labor de padres y madres de familia, entre los cuales figura la violencia delictiva, a través de robos, extorsiones y ataques armados que a diario siegan vidas, y no solo la de la víctima, sino de todo su círculo de dependientes. En no pocos casos se trata de madres solas que son jefas de hogar, que deben emprender pequeños negocios en el ámbito informal y son blanco de ataques de pandillas o grupos de exacciones.
En zonas rurales, es el cambio climático y su cauda de lluvias irregulares el que más ha alterado las vidas de miles de familias, que se ven privadas de sus cosechas en áreas donde no hay empleo regular. Sobre ellas se cierne la terrible sombra de la desnutrición crónica y aguda, que llega a dañar irremediablemente el futuro de los niños, quienes a su vez tienen problemas para retener conocimientos escolares y con ello ulteriores dificultades para insertarse en la actividad económica. En este desesperado cuadro es donde surge el fenómeno de la migración, que divide familias o bien motiva a los padres a emprender una peligrosa travesía con todo e hijos.
Recientemente, numerosos presidenciables firmaron una declaración de valores que los compromete a defender la vida desde su concepción y también el concepto tradicional de familia, lo cual es loable. No obstante, las acciones para dar cumplimiento a esta adhesión deben ir más allá de la afirmación moral y convertirse en hechos coherentes: facilitar emprendimientos artesanales, turísticos, agrícolas o de manufactura que permitan a padres y madres ganarse la vida honradamente en sus comunidades; abrir espacios de capacitación técnica y en idiomas para madres solas, fomentar desde la etapa escolar habilidades pedagógicas y psicológicas que permitan una mejor convivencia familiar; reducir los índices delictivos y mejorar el control de armas, para que cese la ruptura de familias a causa de la muerte de padres y madres ultimados mientras intentaban llevar el pan diario a sus hijos.