EDITORIAL

Un fallo histórico que demoró dos décadas

Es en tiempos difíciles cuando se revela el verdadero carácter de las personas; es en la adversidad donde surgen decisivos aportes e innovaciones, y es en medio del dolor, la desesperanza y la indiferencia generalizada que el más auténtico heroísmo aparece como una luz de imperecedera esperanza.

Las anteriores afirmaciones encajan perfectamente con la perseverante lucha de Rosa Franco, cuya hija, María Isabel Véliz Franco, fue asesinada en el 2001, y luego la denuncia fue ninguneada por la Policía Nacional Civil en repetidas ocasiones, la investigación inicial estuvo plagada de descuidos garrafales y el proceso incluyó vilipendios contra la memoria de la víctima, como parte de los recursos utilizados por la defensa, pero concluyó con una declaración de culpabilidad, el 1 de marzo último, en contra del principal y único sospechoso.

Cabe hacer notar que el nombre de Franco Véliz, como el de Claudina Velásquez, también víctima de asesinato y abuso, en el 2005, figura hoy día en la alerta Isabel-Claudina, creada en el 2016, mediante la Ley de Búsqueda Inmediata de Mujeres Desaparecidas, decreto 09-2016, con el objetivo de coordinar los esfuerzos estatales de localización de toda fémina reportada desaparecida por familiares o conocidos, una herramienta que obviamente no existía en aquel 2001, cuando Rosa Franco buscó por sus propios medios a su hija. Pero aquella carencia no era la única.

Tampoco existía el Instituto Nacional de Ciencias Forenses y, por lo tanto, no había expertajes cuidadosos, mucho menos protocolos de género adecuados para evitar la revictimización, prejuicios o estereotipos contra las mujeres víctimas de agresiones, violaciones u otros ultrajes. La misma Policía Nacional Civil y el Ministerio Público no reunían los criterios necesarios para emprender operativos ágiles que permitieran el rescate de esas personas.

Es sorprendente y digno de respetuoso encomio el titánico esfuerzo emprendido por Rosa Franco, quien emprendió las pesquisas que las autoridades fueron incapaces de efectuar en su momento. Fue su amor de madre y la profunda indignación por la muerte violenta de Isabel, quien ahora tendría 36 años, lo que la hizo resistir un camino de dos décadas por juzgados, laboratorios, comisarías, audiencias y sesiones en un café internet, donde consiguió las herramientas legales para demandar al Estado de Guatemala ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos, para que le hicieran justicia.

Aquel 1 de marzo, en medio del barullo urbano, los avatares de la pandemia, la parsimonia burocrática y los afanes de millones de guatemaltecos, se producía un fallo judicial que hacía historia: se condenaba a 30 años de prisión inconmutables a Gustavo Bolaños por el crimen contra Isabel Véliz Franco. Una sentencia que aportó un rayo de esperanza para las familias de mujeres que han perecido a manos de cobardes agresores y para evitar que otras padezcan tan ingrato destino. Rosa Franco puso en alto el retrato de su hija, como un homenaje póstumo pero invaluable.

El domingo último, Prensa Libre publicó un reportaje sobre este caso en su edición impresa, pero dado su impacto histórico en el sistema de justicia, también tendrá una salida digital a través de un especial de audio, en el cual se podrá escuchar el vívido relato de la señora Franco, una verdadera heroína guatemalteca.

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