Editorial

Un nuevo récord con una cruda realidad

Miles de hogares encuentran en la remesa quincenal o mensual un pilar para la alimentación, para mejorar la vivienda, para pagar estudios o emprender un pequeño negocio.

Los migrantes guatemaltecos en Estados Unidos lo logran de nuevo: a pesar del temor, de las redadas, de discursos intolerantes a su condición de trabajadores indocumentados, rebasaron en 11 meses del 2025 el monto de remesas enviadas durante todo el 2024. El año pasado fueron US21 mil 501.2 millones. Con los US$1 mil 930.6 millones enviados durante noviembre, este recurso llegó a los US$24 mil 521 millones: toda una hazaña que se consigue a partir de un gesto de amor y responsabilidad familiar. La mejora económica, la búsqueda de oportunidades y de mejor empleo son, en efecto, los principales detonantes de la migración al Norte.


Las cifras vuelan alto, los gráficos estadísticos suben cada año en una proporción inusitada. Las autoridades presentan el sector de remesas como prueba de estabilidad macroeconómica y hasta lo incluyen como parte del producto interno, aunque en realidad solo lo sea relativamente. Hasta los políticos elogian a los connacionales en Estados Unidos, señalando a los rivales que ya han hecho gobierno. Y es tal la desfachatez, que hay algunos exoficialistas con nuevo cascarón electorero pretendiendo tomarles el pelo a las comunidades de la diáspora.


Detrás de cada dólar enviado no hay ninguna magia, sino auténtico esfuerzo: jornadas agotadoras, empleo extra, trayectos por autopistas y calles de grandes ciudades con miedo de ser detenidos en un retén prejuicioso, pero, sobre todo, esa profunda melancolía que suspende la vida entre el recuerdo y la pregunta insistente. El migrante guatemalteco no necesita más ofrecimientos repetidos, sino respeto y verdadera inclusión política. Pero ahí es donde se echan para atrás todos los partidos, porque ninguno efectúa las reformas para que también puedan votar por diputados y alcaldes.


De este lado de la frontera, miles de hogares encuentran en la remesa quincenal o mensual un pilar para la alimentación, para mejorar la vivienda, para pagar estudios o emprender un pequeño negocio. El consumo de dicho dinero dinamiza la economía, sí, pero también se convierte en un factor de reducción de pobreza: de hecho, su incidencia es más alta que cualquier otro programa social gubernamental, en Guatemala y en otros países. En otras palabras, lo que está diciendo la remesa es: talento hay, ganas de trabajar hay, pero se necesitan más oportunidades, sobre todo en regiones de la provincia, para frenar la migración forzada.


El gobierno de Donald Trump emprendió este año una fuerte campaña de detención, que con todo y sus despliegues e intimidaciones a las comunidades, no ha logrado las cifras de anteriores gobiernos. Y esa es la razón por la cual se anuncian medidas más duras, más redadas y más restricciones para la vida productiva, pero esto mismo ya está haciendo mella en la economía estadounidense. Además, los operativos migratorios acarrean el fantasma de la perfilación racial. Basta ver las detenciones de ciudadanos americanos de origen latino para connotar tal estereotipo.


Por eso, las cifras récord de remesas son también un termómetro del alto grado de miedo. Padres, madres, hermanos, hijos migrantes cuidan sus pasos y monitorean redes sociales para no ser detenidos por el solo hecho de buscar una oportunidad de salir adelante. Tratan de enviar lo más que pueden en recursos, aunque ello implique limitaciones para sus propias expensas. Los migrantes merecen respeto y respuestas del Estado, así como de las autoridades donde viven sus familias, pues, al fin y al cabo, con sus remesas también se alimenta el erario que paga sueldos de funcionarios anodinos.

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