EDITORIAL

Una alerta lenta que todavía no es atendida

Cuando el 3 de junio de 2018 se produjo la trágica erupción del volcán de Fuego hubo numerosos cuestionamientos acerca del sistema de alertas para la población, así como de los protocolos de manejo de una emergencia de este tipo y magnitud. Quedó exhibida, aunque sin consecuencias legales, la incapacidad de algunas de las autoridades de aquel momento. Por otra parte, de alguna manera funcionó como un pretexto atenuante el carácter súbito de aquella erupción y posterior alud que sepultó una aldea y segó cientos de vidas.

Hoy, el ciclo de actividad del volcán de Pacaya abrió nuevas fisuras y con ello se originó un flujo de lava fuera de las cuencas habituales. La materia incandescente avanza de manera lenta, inexorable e impredecible sobre sembradíos de maíz, café y aguacate, áreas de pastizal, caminos vecinales y se encuentra apenas a un kilómetro de los poblados El Rodeo y El Patrocinio, que durante décadas han convivido con el coloso y sus erupciones. Sin embargo, esta vez se trata de una amenaza inusitada, pues los flujos de lava nunca se habían producido por ese flanco.

En todo caso se observa una amenaza más pausada, si se le compara con la erupción del volcán de Fuego en 2018, que en cuestión de horas desató un infierno. No obstante, esta parsimonia de la naturaleza no ha servido para que las autoridades de Conred y de otras instancias tomen las medidas de seguridad suficientes, oportunas y necesarias para prevenir una potencial tragedia: cientos de curiosos, nacionales y extranjeros, están llegando a diario, algunos a pocos metros de la masa ardiente como si estuvieran frente a un parque de diversiones o de una atracción inocua, lo cual, a todas luces, no es así.

Si bien es cierto que el volcán de Pacaya ha brindado este espectáculo natural en años anteriores, solía ser en etapas de flujos bajos y con un recorrido canalizado por las propias grietas. En las últimas semanas la lava surca una cuenca nueva y de trayectoria impredecible, y tampoco es posible saber en qué momento puede ocurrir una explosión de grandes dimensiones. Permanecer en las cercanías por simple curiosidad es imprudente.

Los pobladores que habitan en sus faldas están en verdad preocupados por el destino de sus comunidades y campos de cultivo. Incluso se empieza a hablar de la posibilidad de perder sus viviendas y propiedades. Es obvio que tampoco existen planes de reubicación.

La ausencia de turismo golpeó con fuerza la economía de El Rodeo y El Patrocinio. Algunos habitantes se las ingenian para instalar ventas ambulantes de comida o refrescos, pero dicha actividad no es sostenible. La llegada de visitantes habituales no representa mayor beneficio, puesto que no se hace uso de guías u otros servicios. Los curiosos llegan, miran, se fotografían y se van. Es una peligrosa lotería, de una temeridad insensata que no debería ser permitida por las autoridades.

Hasta se puede observar a menores de edad y grupos de amigos que caminan sobre la lava recién solidificada, la cual puede ser engañosa y quebradiza y expone a graves lesiones. Asimismo los vapores emanados pueden ser nocivos. Ningún riesgo vale la pena por simple fisgoneo y debería existir desde hace semanas un cordón de seguridad efectivo, al menos hasta que disminuya la actividad y las autoridades de prevención desarrollen las evaluaciones pertinentes.

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