EDITORIAL

Una persona cercana

Si se atiende a la frialdad de las cifras, en promedio, durante los última década han fallecido más de cuatro mil guatemaltecas a causa del cáncer de mama. En muchos casos se trató de muertes evitables si se hubiera detectado a tiempo el padecimiento. La cifra se expande si se incluye el cáncer de cérvix, que constituye otra de las mayores causas de mortalidad de mujeres en el país. Instituciones como la Unidad de Cirugía Oncológica del Hospital General San Juan de Dios o la del Hospital Roosevelt, así como el Instituto Nacional de Cancerología, prestan atención gratuita a miles de pacientes, cuyo número se incrementa a razón de hasta dos mil por año, lo cual evidencia la necesidad de invertir más en prevención, detección y tratamiento temprano, para salvar vidas.

La emergencia del covid-19, tan dramática por su propagación y riesgo de agravamiento mortal, ha concentrado la atención pública este año. No es para menos, pues se trata de la primera pandemia del milenio y su combate dejará importantes lecciones de abordaje, investigación y protocolos para futuros eventos que pongan en riesgo la salud global. No obstante, hay males preexistentes, crónicos o también causados por virus o bacterias que siegan vidas a un ritmo masivo.

En el caso específico del cáncer de mama, cuyo día de llamado a la prevención y cooperación colectiva se conmemora mañana, 19 de octubre, es necesario resaltar que, según la Organización Panamericana de la Salud, en el continente alrededor de 462 mil mujeres son diagnosticadas y casi cien mil fallecen por esa causa, cada año. Lo más preocupante es que si las tendencias actuales continúan, en una década aumentará en un tercio la cantidad de casos.

En Guatemala se diagnostican entre mil 800 a dos mil nuevos casos de tumores de mama por año, de los cuales, cerca del 70 por ciento son de carácter benigno; es decir, tratables y con alta tasa de sobrevivencia. Lamentablemente, la tardanza en el diagnóstico y, por lo tanto, el largo tiempo sin un tratamiento adecuado deviene en complicaciones que pueden llegar a ser mortales. En cuanto a los malignos, hay opciones de tratamiento y calidad de vida, pero se deben detectar a tiempo.

La lucha por mejorar la atención pública a las pacientes de cáncer ha sido dura, condicionada por decisiones burocráticas y limitaciones de recursos. Es penoso que a estas alturas de la historia el sistema nacional de Salud no cuente con un servicio propio, permanente y moderno de radioterapia específico para cáncer de mama, pero sí haya dinero para tantos dispendios cuyo beneficio no queda claro.

Se han producido mejoras, sí, pero solo gracias a la perseverancia de médicos valientes e idealistas que tienen como único objetivo salvar vidas. Es de resaltar el papel de agrupaciones de voluntariado como la Fundación de Amigos Contra el Cáncer (Fundecán), psicólogos y trabajadores sociales que por décadas han luchado por que las pacientes reciban un tratamiento en condiciones dignas y con un acompañamiento emocional adecuado que les permita retomar la vida a pesar de la adversidad. Es importante colaborar con esas iniciativas por elemental sentido de solidaridad, pero también porque mañana la próxima paciente podría ser una persona cercana.

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