EDITORIAL
Una semana para hacer el bien
Con evidente emoción y fervor se han desarrollado cortejos procesionales con recorridos acortados, uso obligatorio de mascarillas, vacunación imperativa, desinfección de muebles procesionales y aforos limitados en los templos. Hasta ahora no parece haber mayores repuntes de casos de covid, posiblemente por efecto de la vacunación en áreas urbanas y la relativa efectividad de la profilaxis. Sin embargo, después de dos Semanas Santas suspendidas, es necesario subrayar la importancia de mantener la cordura y la responsabilidad sanitaria.
Tal cautela no se circunscribe solamente al ámbito de las actividades de devoción popular, sino al sinnúmero de eventos motivados por los días de asueto que prácticamente arrancan este sábado. La industria turística espera una inyección de recursos económicos por parte de visitantes nacionales y extranjeros que llegarán a conocidos puntos recreativos o bien destinos espirituales. Después de la sequía de dos años, que causó desempleo, cierre de empresas y carencias en miles de hogares, es un momento importante para el alivio económico, y no debería convertirse en un foco de polémicas.
No obstante, la pandemia aún no concluye y la vacunación tiene cifras poco satisfactorias en el interior del país. Por eso mismo, tanto visitantes como anfitriones deben esforzarse por revisar sus procedimientos de bioseguridad. No es una exageración; recién se confirma la presencia en el país de una nueva cepa del virus, que posiblemente no tenga los graves efectos de sus predecesoras, pero que tiene el potencial de mutar. El respeto de aforos en todo tipo de recintos se mantiene como otra de las prácticas que aseguran una reducción de vulnerabilidades.
Las iglesias Católica y evangélicas han retomado otras actividades propias de la temporada que fueron suspendidas desde el 2020: retiros, conciertos, presentaciones escénicas, lo cual provee alivio espiritual e inspira ideales de servicio. A lo largo de la pandemia han sido inspiradores diversos testimonios de fe convertida en acción. Los repartos de víveres a familias necesitadas constituyeron un poderoso mensaje de solidaridad que no debe cesar. La escalada de precios ha puesto en apuros a muchos connacionales y la Semana Mayor es momento oportuno para volver a ver el rostro del prójimo.
Y a propósito de servicio, es necesario resaltar el papel de los cuerpos de socorro y fuerzas de seguridad, que han entrado ya en una etapa de alerta para atender cualquier incidencia en carreteras del país. Son padres y madres que dejan a sus familias y sacrifican el descanso para estar en apresto. Como una justa correspondencia a esta atención, es necesario activar una conducta prudente por parte de pilotos de toda clase de automotores. El respeto a los límites de velocidad, a la señalización y a las normas de tránsito constituye una obligación, pero se puede asumir mejor como un principio personal de correcto actuar.
Todas las familias merecen regresar a su casa en calma después de disfrutar uno o varios días de descanso. Pilotos de toda clase de transporte público o de carga tienen literalmente en sus manos la posibilidad de reducir siniestralidades. Este retorno a una Semana Santa de nueva normalidad puede ser el plan piloto de toda una transformación actitudinal tendiente a la valoración integral de la vida. Al fin y al cabo, es el sacrificio de Jesucristo el que se rememora en estos días; como mínimo, hay que hacer el bien sin mirar a quien.