EDITORIAL

Valoración de la vida es una pausa necesaria

El 1 y 2 de noviembre se recuerda a los difuntos, pero es válido también revalorar para qué se vive.

En los primeros dos días de noviembre, por tradición cultural y espiritual, se recuerda a las generaciones de guatemaltecos que nos han precedido en la vida, el trabajo, el esfuerzo por construir un mejor porvenir en este territorio, Guatemala. Obviamente, esa evocación se concentra en los antepasados y familiares. Con honda nostalgia y muchas anécdotas almacenadas en la memoria y el corazón, se recuerda a padres, madres, abuelos, aunque también a hijos y nietos, que por situaciones de enfermedad o tragedia vieron segadas sus vidas. Nuestra solidaridad y compunción con todos los lectores en este 1 y 2 de noviembre, que son motivo de tantos sentimientos encontrados.

El lógico contraste de vida y muerte en estos dos días genera también una serie de actividades comunitarias, religiosas y sociales cuyo origen luctuoso es un reflejo vital de Guatemala a nivel mundial. Sin duda alguna, la más famosa de ellas es la elaboración y exhibición de barriletes gigantes en los pueblos de Santiago Sacatepéquez, cuya tradición cumplió 125 años, y Sumpango Sacatepéquez. Coloridos mosaicos en papel de China sobre armazones de bambú, de efímera vida, pero prolongado recuerdo, con representación de escenas autóctonas, símbolos nacionales y conmemoraciones populares, se han convertido en un ícono guatemalteco por excelencia.

Así también, el fiambre, una yuxtaposición de ingredientes y versiones según cada familia o localidad, se ha extendido como una tradición gastronómica a nivel nacional. Aunque existan elementos comunes, no hay dos fiambres iguales y, paradójicamente, esa es la unidad de este emblema de sabor. Es tanto su arraigo que ha rebasado fronteras. De la mano de migrantes guatemaltecos, ha llegado a muchas ciudades de EE. UU., al igual que otros postres de época.

No obstante, el resto del año prosigue esta secuencia de vida cotidiana y mortalidad, aunque a menudo la segunda está sujeta a patrones de conducta personal y discrecionalidades que ponen en riesgo la integridad personal. Quizá el más claro ejemplo de tal contraposición lo constituye la conducta vial de pilotos de todo tipo de automotores, que a su vez llega a comprometer su vida y la de acompañantes. Las cifras son elocuentes: este año superó en nueve meses los accidentes de todo el 2023 y con ello la cifra de fallecidos. Durante todo el año pasado hubo mil 613 fallecidos, mientras que hasta septiembre del 2024 había ya mil 703 fallecidos, de los cuales al menos 946 eran motociclistas hasta ese momento.

A menudo, estos percances están ligados a prisas personales o laborales, también a estados de ansiedad o alteración emocional, así también hay muchos casos de irrespeto a leyes de tránsito, ya por irresponsabilidad o por supuestas justificaciones de contexto de vida. Y es allí donde resulta contradictorio que esa misma búsqueda de cumplir con un horario, de ahorrar tiempo, de rendir más en un trabajo o de llegar “antes” para propósitos muy válidos se convierta en el trasfondo de un deceso súbito que enluta a la familia, golpea esperanzas y trunca sueños.

En este par de días dedicados a evocar la bondad, las sonrisas y los afectos de personas que ya no están en este plano de existencia, sería bueno también hacer una pausa para evaluar las actitudes individuales, las más profundas motivaciones y los cariños más atesorados: cónyuge, padres, hijos, hermanos. Solo este balance puede calibrar el barómetro de las cambiantes emociones diarias, para encontrar un núcleo de vida. El 1 y 2 de noviembre se recuerda a los difuntos, pero es válido también revalorar para qué se vive.

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