Editorial

Viejo desconsuelo y renovado anhelo

Se necesita, como escribía un profético Asturias en 1925, “una cruzada que predique la vida en un pueblo de muertos, que sacuda todas las lacras de pasados desengaños”.

“¿Quién no siente como un perfume vago este anhelo de salir de la actual situación, en que desde hace cien y tantos años nos venimos consumiendo?”, escribió desde París, en diciembre de 1925, el entonces joven literato guatemalteco Miguel Ángel Asturias, acerca de la necesidad de renovación política, institucional y sobre todo ética de la Nación que años más tarde le tendría como su más ilustre exiliado, a causa de las intolerancias, los despotismos y las arbitrariedades que hace un siglo ya bloqueaban el paso a la democracia misma. Aún faltaban casi dos décadas para que Guatemala entrara en el siglo XX.


Con el final del 2025 se marca de manera clara el fin del primer cuarto de siglo, con una Guatemala marcadamente joven, llena de esperanzas, proyectos, grandes talentos y también atávicas rémoras al desarrollo integral. Estamos a unas horas de comenzar el 2026, con inexorable continuidad de buenos propósitos, pero también de negligencias y oscuros intereses que se disfrazan de polarización. Pero es allí donde se alza la conciencia del ciudadano digno, de los guatemaltecos comprometidos con legar un mejor país a esas nuevas generaciones.


Es innegable que el balance de la gestión pública en el 2025 deja una sensación persistente de oportunidad perdida. El Ejecutivo quedó muy por debajo de las expectativas. Mucho más que en el 2024, especialmente en un área que no admite más excusas: infraestructura vial para potenciar la productividad, fortalecer la competitividad y generar oportunidades económicas. La inversión en desarrollo, a cargo de Codedes y municipalidades, también quedó a deber. Pese al monto disponible, solo se ejecutó un tercio y se dejó un sospechoso bolsón de arrastre en el Presupuesto, que fue suspendido ayer por un amparo provisional de la Corte de Constitucionalidad.


El desempeño del Congreso es una exhibición de reyertas politiqueras, transfuguismos mal disfrazados y votos unánimes solo cuando les cae plata en la bolsa. Fue un año de escasa producción legislativa, en cantidad y calidad. Siguen pendientes normas torales como las de compras, de servicio civil y la de combate del lavado de activos. Paradójicamente, varias bancadas intentaron pasar reformas a la Ley Electoral que debilitan la fiscalización de fondos electorales. Eso sí, el pleno se recetó de facto un segundo año de autoaumento salarial repudiado por la población.


El Organismo Judicial sigue sin cabeza, literalmente. Los 13 magistrados actuales han sido incapaces de elegir un presidente; funge como tal el primer vocal, pero no es la gracia, sobre todo ante los grandes desafíos en la aplicación de leyes. Existen rezagos notorios de varios casos, traslados sospechosos, audiencias suspendidas que prolongan prisiones “preventivas” que superan incluso el lapso de una potencial pena. Da vergüenza que los máximos juristas se comporten así. Lo mismo cabe decir de la falta de resultados de las pesquisas del escándalo fiscal B410, las vacunas rusas o el derrumbe del caso Libramiento de Chimaltenango, que terminó pagado con 30 monedas de Judas.


Mientras la politiquería barata y sus 40 partidos afila las uñas, está por iniciarse el proceso para elegir un nuevo Tribunal Supremo Electoral. La primera disputa estriba en el Colegio de Abogados, que debería ser la más alta instancia profesional del Derecho, pero prefieren comprar votos con cerdos asados, canastas navideñas y tácticas clientelares que han deteriorado en un cuarto de siglo la institucionalidad que costó tantas vidas. Se necesita, como escribía un profético Asturias en 1925, de “una cruzada que predique la vida en un pueblo de muertos, que sacuda todas las lacras de pasados desengaños”.

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