EDITORIAL
Visión consecuente y renovable de la fe
Cada persona es libre de asumir un credo religioso o no. En todo caso, incluso quien afirme ser ateo, humanista o agnóstico queda siempre sujeto a un conjunto de principios naturales que hacen posible la vida en comunidad. Y si en efecto se crece dentro de una iglesia cristiana, primero por herencia familiar pero luego por la confirmación de la convicción individual, la trascendencia de los valores inherentes a la enseñanza de Jesucristo no solo es un efecto lógico sino un auténtico compromiso ético fundamentado en un imperativo categórico, la sana conciencia y el sentido común.
Por otra parte, el filósofo Voltaire señalaba con escepticismo que el sentido común es el menos común de los sentidos, en atención a una serie de predicamentos en los cuales se vio envuelto a causa de la incomprensión y también de algunos despropósitos en los cuales él mismo incurrió. Nada extraño en la vida de cualquier persona que, en mayor o menor medida comete errores, los analiza, los enmienda o persiste en ellos. Tal es el círculo de la vida y quienes mejor testimonio dan no son quienes pregonan principios, normas o estamentos sino quienes los hacen vida con sus acciones.
Mucho se ha escrito y reclamado sobre los abusos cometidos por ciertos miembros de la Iglesia Católica durante la etapa de colonización. Asimismo, se señala procesos de asimilación que relegaron tradiciones indígenas. No obstante, también hay que señalar que en los países donde predominó el catolicismo hay más mestizaje y sobreviven más etnias originarias. Hoy, con el avance de los estudios antropológicos y el diálogo multicultural, pueden reivindicar sus raíces. Por lo contrario, en buena parte de la América colonizada bajo conceptos de puritanismo calvinista se produjo un mayor exterminio de poblaciones, un hecho cuyos efectos están a la vista.
La verdad siempre aflora y por ello causó amplia polémica la revelación de condiciones infrahumanas en las cuales cientos de niños indígenas de tribus del Canadá vivieron y murieron en asilos al cuidado de órdenes religiosas. Es un hecho doloroso e innegable por el cual el papa Francisco ha viajado a este país para pedir perdón, en nombre de la Iglesia Católica, por tal tragedia humana, perpetrada en nombre de valores mal entendidos o mal aplicados, quizá con trasfondo de influjos políticos de una época distante, pero cuyos efectos hieren la memoria de los pueblos. No es fácil ni sencillo echarse sobre los hombros tal carga, pero el pontífice romano lo hace para dar coherencia a su mensaje de cercanía.
En efecto, la Iglesia Católica vive un proceso de sínodo en el cual participan todos los fieles, primero a través de sus parroquias, después las diócesis, y en Guatemala recién terminó esta fase para llegar a la gran discusión mundial sobre tradiciones y cambios. Hay daños que son irreparables, pero es justo a través de la contrición que las heridas puedan convertirse en manantiales de valores.
San Juan Pablo II, en su visita a Guatemala en 1983, expresó: “No más divorcio entre fe y vida”, como un llamado a detener la violencia cometida en nombre de ciertos principios e ideas que en el fondo debían apuntar a la vida y no a la muerte. El desafío sigue latente para todos y no es cuestión de apariencias. Es incoherente utilizar un eslogan de país provida si las acciones del Gobierno relegan la lucha contra la desnutrición, por ejemplo. Es incongruente que diputados se nombren defensores de valores “conservadores” pero figuran a sabiendas en narcopartidos o avalan millonarios botines contrarios a cualquier sentido de honradez . Las acciones son las que mejor predican de los principios de toda persona. Errores puede haber mas no obcecaciones en el mal.