CATALEJO

Educación para conocer de sismos

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Ya los guatemaltecos nos olvidamos de los dos recientes sismos de regular intensidad, pero afortunadamente con pocas consecuencias de pérdidas humanas y de daños materiales. Nada comparable al terremoto del 4 de febrero de 1976 con su efecto de 25 mil muertos y casi un millón de damnificados en todo el país. Sin embargo, lo ocurrido constituye una nueva advertencia —aunque olvidada— del siguiente movimiento telúrico de gran magnitud a consecuencia de los movimientos de las numerosas fallas existentes en todo el país acerca de los cuales solo se ignora la fecha, pero constituyen una realidad innegable basada en los conocimientos científicos cuyos avances sólo confirman las causas de los terremotos registrados a lo largo de la historia.

Muchos son los motivos para predecir con certeza algunos efectos mayores de ese próximo mega terremoto: el primero es el aumento de la población, alrededor del doble de la existente hace 41 años, porque mientras más personas, mayor es la posibilidad de víctimas. Esta superpoblación lo es también del parque vehicular aunada a un número casi igual de las carreteras existentes entonces solamente con algunas mejoras pero no las suficientes. En el 76, la mayoría de muertes fueron causa de la mala construcción, realizada sobre todo con adobe en las paredes y techos de teja de barro, en viviendas endebles. Hoy la calidad de la construcción es menos endeble, pero no por ello las paredes constituyen una defensa mejor, debido a su mal diseño.

Las construcciones, en demasiados casos, no responden a criterios técnicos, ni al trabajo de profesionales, quienes en algunas ocasiones tienen condiciones igualmente precarias a las construcciones de material débil. Un ejemplo lo publicó Prensa Libre, con una casa de siete pisos y apenas tres o cuatro metros de ancho, producto de construcciones sin autorización, otorgadas gracias a dinero debajo de la mesa o simplemente producto del desconocimiento de quienes las diseñaron, los contrataron y los autorizaron. Son trampas mortales esperando funcionar a consecuencia de algún otro movimiento sísmico, y no se les puede considerar accidentes, porque las condiciones están dadas y permanecen día y noche. La muerte acecha constantemente en estos lugares.

Los barrancos de la capital constituyen también trampas cargadas de riesgo. Las laderas son demasiado inclinadas, el material es precario, la reforestación aumenta el peligro y la escasa educación permite considerar a las tragedias cuando ocurren como resultado de la voluntad de Dios, de la mala suerte, de las condiciones de pobreza. Extrañamente, estas construcciones indebidas y peligrosas también se presentan urbanizaciones y lugares con viviendas lujosamente caras. Es un tema de educación y de comprensión de la certeza de terremotos en Guatemala y especialmente donde se asienta la capital, en un área en la cual no solo están demasiado cerca dos placas, sino donde se manifiestan las circunstancias señaladas en este artículo.

Así como la pobreza mata, también lo hace la falta de educación, Urgen simulacros planificados para realizarlos en todos los lugares donde hay conglomerados, como escuelas, fábricas, edificios en general. Nada de hecho practicado de manera disciplinada y periódica. Solo existen entrenamientos debidos a la buena fe de quienes los preparan. Los científicos están seguros no solo del hecho de un nuevo terremoto relativamente pronto, sino del aumento de los daños y de muertes porque la Guatemala de hoy es tan distinta a la de 1976, y un porcentaje muy mayoritario de la población no ha tenido la amarga experiencia de sentir a la tierra donde se está pardo, ya sea hamaqueándose o encabritada como una yegua desbocada de súbito.

ESCRITO POR:

Mario Antonio Sandoval

Periodista desde 1966. Presidente de Guatevisión. Catedrático de Ética y de Redacción Periodística en las universidades Landívar, San Carlos de Guatemala y Francisco Marroquín. Exdirector de la Academia Guatemalteca de la Lengua.