CABLE A TIERRA

El valor de la Plaza Pública

Conocí el medio digital Plaza Pública cuando arrancaba. Entiendo que no era un proyecto 
aislado, sino parte de la visión estratégica que tenía la Rectoría de la Universidad Rafael Landívar (URL) para imprimir otra dinámica a su quehacer y proyectar su labor mucho más allá del aula, expandiendo la capacidad de la institución de contribuir por múltiples vías a solucionar los acuciantes problemas de desarrollo del país. Junto con la Plaza se ampliaron también la investigación (se creó hasta una vicerrectoría específica y se financió investigación), así como la proyección social e incidencia de la Universidad de una manera tal, que ha marcado la diferencia estos últimos años, oxigenando el anodino ambiente universitario que impera en el país.

Plaza Pública fue quien me invitó por primera vez a ser columnista de opinión. Siendo yo una persona acostumbrada a escribir informes técnicos de extensión más bien prolongada, me pareció algo realmente retador. Es por esa posibilidad que me dio Plaza Pública que me enfrento desde hace ya seis años al desafío de escribir semanalmente y concretar, en un texto corto, un mensaje concreto, legible, confiando que algunas personas lo encontrarán interesante y útil de leer. Y, así como Plaza Pública fue una escuela para mí, lo ha sido para una gama impresionante de ciudadanos y ciudadanas que nunca imaginamos que nuestro pensamiento podría ser leído, conocido, cuestionado y/o compartido por una amplia y diversa audiencia. Creo que una de sus más significativas contribuciones es esa: abrir la posibilidad de que gentes diversas nos expresemos, privilegio que otrora solo era dado a quienes reflejaban una voz aceptable al establishment. Plaza Pública, en ese sentido, honra a diario su nombre: es ese espacio que democratiza lo público a partir de las diversas voces de la propia ciudadanía.

Plaza Pública nos ha sacado también muchas veces de la zona de confort. Su periodismo de investigación, sus perfiles de personajes públicos que nos presentan la textura de los sujetos y sus motivaciones, que nos narran cómo su devenir, hacer y deshacer finalmente nos toca a todos de una u otra manera, y no siempre para bien. Sus editoriales, finos en sarcasmo, humor negro y talento con el uso del idioma. ¡Me cuesta enumerar cuántas cosas he conocido, aprendido y disfrutado de la lectura de sus contenidos!

Por una diferencia de opinión respecto de una decisión editorial que se tomó en su momento dejé de escribir hace varios años para ese medio digital. Ahora tengo el privilegio de escribir y compartir con ustedes desde este espacio de Prensa Libre, donde intento, cada semana, hacer uso de lo que aprendí antes y mejorar cada día. Plaza Pública, en ese contexto, sigue siendo un referente, una fuente de información, análisis y lectura. Lo valoro como un patrimonio, un activo ciudadano y de la democracia. Todo ello, gracias a la visionaria postura de la URL y su Consejo de Administración.

Hoy dedico esta columna a Plaza Pública porque a muchos nos preocupa que se pueda cercenar su independencia editorial o cambiar su naturaleza de medio de periodismo de investigación, justo cuando el país está en medio de una coyuntura tan crítica. Para alguna gente, la libertad de pensamiento, de expresión e indagación periodística puede que sea incómoda y cause preocupación, pero hoy por hoy, también las instituciones —no solo la ciudadanía— tienen que decidir de qué lado de la historia quieren quedar: apuntalando la posibilidad de un futuro más democrático e incluyente; o a quienes quieren mantenernos encadenados a un pasado que no solo es corrupto, oscuro, silencioso, antidemocrático y profundamente excluyente.

karin.slowing@gmail.com

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