EDITORIAL

Milenaria herencia

A pesar de que año con año se revelan hallazgos arqueológicos mayas, gracias a la incansable labor de expertos nacionales y extranjeros que laboran en diversos sitios del país, la proyección de tales descubrimientos hacia el guatemalteco aún es relativamente limitada, pese a que varios de ellos plantean nuevas hipótesis sobre el origen, expansión, conflictos y migración de esta civilización.

Asimismo, aún son insuficientes los esfuerzos para promover el turismo arqueológico a los parques habilitados, el cual proveería de más recursos para mejoras de las instalaciones y a su vez tendría una derrama económica hacia los poblados circundantes.

Un ejemplo de esta magnificencia es el sitio Takalik Abaj, en El Asintal, Retalhuleu, en donde se asienta uno de los primeros escenarios de florecimiento de la cultura maya. De hecho, este año se dio el descubrimiento de la llamada Piedra de los Abuelos, una roca labrada cuyas características la ubican dentro de la cultura olmeca, con simbología alusiva al poder que data de al menos hace 2 mil 400 años, pero cuya colocación en fragmentos evoca la transición entre culturas.

A pesar de ser piezas monumentales, requirieron años de paciencia e investigación de arqueólogos como Christa Schieber, cuyo entusiasmo y perseverancia han sido claves para develar otro capítulo del período preclásico temprano maya.

No obstante, existen otras ciudades mayas en donde no ha sido posible recuperar la riqueza contenida en estos vestigios, debido al saqueo de estructuras, que persiste hasta la fecha y que constituye una terrible pérdida, no solo por el valor intrínseco de los objetos, sino por toda la información de contexto, ubicación, posición y orientación que pierde y que es totalmente irrecuperable incluso aunque se decomisen piezas o se logre la devolución de coleccionistas privados, ya que a menudo no se sabe ni siquiera de dónde provienen.

Es allí donde la participación ciudadana es un factor clave para la protección del patrimonio prehispánico de Guatemala y no nos referimos a la valoración que puedan hacer los visitantes, sino a los pobladores de lugares aledaños, que deben ver en estos sitios —muchos de ellos aún sin explorar por expertos— no un yacimiento de dinero fácil, sino una mina de oro sostenible a través del turismo cultural, que brindará un beneficio muy superior al precio en que se pueda traficar un fragmento de historia.

Las iniciativas visionarias de investigadores incansables como Richard Hansen deben ser atendidas por las autoridades. Más allá del cortoplacismo y la solución de problemas aparentemente inmediatos, se debe apostar por la conservación de áreas donde confluyen la riqueza ecológica y la arqueológica: un patrimonio único en su clase que Guatemala puede aprovechar por muchos años.

Se necesita voluntad política y mucha valentía para atreverse a escribir un nuevo futuro para el último pulmón biológico de Mesoamérica y el último y más grande bastión de una brillante civilización que deslumbra al mundo a pesar del paso de los siglos.

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