EDITORIAL
Reflexiones de este 15 de septiembre
Cuando se cumplen 195 años de la firma del acta que separó de España a la Capitanía General de Guatemala y que tradicionalmente ha sido considerada la fecha de la independencia nacional, resulta conveniente y sobre todo necesario pensar en la validez de ese concepto, sobre todo a la luz de las realidades concretas nacionales de hoy. Hacer esto en manera alguna desmerece el hecho de que a lo largo de esos casi dos siglos se haya conmemorado de esa manera ni que los desfiles escolares y militares tradicionales deban ser descalificados.
Las peculiaridades de la historia guatemalteca y centroamericana son numerosas y comienzan con la facilidad con que esa emancipación de España fue lograda, valiosa característica que pareció no ser comprendida por la totalidad de los próceres y sobre todo de las élites de las provincias. Es válido indicar que en el hecho de la separación del imperio español participaron mayoritariamente los criollos, que en realidad se consideraban parte de este.
Se agrega a ello la anexión a México, que inició la división del territorio de la Capitanía porque unas de estas provincias mantuvieron esa decisión, así como la posterior subdivisión en las cinco parcelas que se convirtieron en los actuales cinco países. Hoy puede ser válidamente considerado como uno de los efectos de la arrogancia y de la falta de visión, así como de la incapacidad de comprender que esa división solo era conveniente para los intereses de las grandes potencias político-económicas de la época.
La independencia es un concepto cuyo significado es distinto hoy en día. La Europa actual atraviesa por una crisis de unión interna en varios países donde existen grupos secesionistas. Es un espectáculo que en ocasiones alcanza lo grotesco porque demuestra que grupos muy importantes de ciudadanos no entienden las interrelaciones del mundo y los efectos negativos de la división. Es importante señalarlo porque una de las condiciones para poder lograrla consiste en que el istmo centroamericano pueda recuperar la unidad territorial que tuvo por casi tres siglos.
Se debe pensar en qué dirían los tan injustamente olvidados próceres si vieran en lo que se convirtió este territorio. Tal vez se referirían a la permanencia de la lengua española como idioma común que permite la comunicación con el mundo externo —ahora globalizado— entre las diversas etnias que, sobre todo y para bien de la cultura nacional, aún se mantienen en Guatemala. Igualmente válido es pensar en cómo juzgarán la realidad actual las generaciones que comienzan y aquellas aún no nacidas, cuyos integrantes deberán sufrir o gozar las consecuencias de lo que hoy se haga o deje de hacerse.
Estas reflexiones, vale la pena repetir, no implican necesariamente que dejen de realizarse las tradicionales formas de celebración de la Independencia, aunque no valorizarlas solo como ejemplos de desfiles y caminatas con antorchas. Lo verdaderamente necesario es considerarlas nada más una expresión externa que tiene sentido si es acompañada de pensamientos acerca del motivo de esos festejos, de dónde venimos, dónde estamos y hacia dónde vamos, ya sea como individuos, grupos sociales o guatemaltecos.