EDITORIAL

Retrato numérico de los guatemaltecos

El primer dato que se tiene sobre la población de Guatemala se ubica en 1778, cuando las autoridades eclesiásticas realizaron un primer censo, que cifraba 396,149 habitantes. Debió transcurrir más de un siglo para una nueva medición, que en 1880, arrojó que la población se había triplicado y alcanzaba la suma de 1,224,602 habitantes.

De ahí en adelante, los censos de población empezaron a ser más regulares y en la primera mitad del siglo XX se efectuaban con casi una década de diferencia. En la segunda mitad de esa centuria cumplieron de mejor manera los requerimientos internacionales, al aportar más información sobre las características de los habitantes de un país a intervalos menos prolongados.

Sin embargo, esa tendencia se frenó al comenzar este siglo, en el 2002, fecha de la última medición, y debieron transcurrir 16 años para que se volviera a efectuar un censo de población y vivienda, como el que actualmente está en marcha y que podría arrojar muchas sorpresas e información valiosa sobre cuántos somos, cómo y dónde vivimos los guatemaltecos, pues hasta ahora existen demasiadas lagunas para la configuración de ese perfil.

La información confiable es una de las herramientas más valiosas para la toma de decisiones, y eso no solo aplica en políticas públicas, sino también puede arrojar valiosos datos para muchos tomadores de decisiones y para las empresas.

Uno de los más lamentables hechos sobre esas carencias es la tragedia ocurrida en las faldas del Volcán de Fuego. Las autoridades han sido incapaces de determinar cuántas personas habitaban en el área y, por ello, cuántas murieron, con la consiguiente incertidumbre para todos, pues es más que penoso que las autoridades de un país no puedan esclarecer el número de víctimas de una tragedia de esas dimensiones.

Pero los censos también arrojan mucha más información relevante que permite comprender cómo se estructura un país, en qué medida el peso de la carga familiar recae en una o en ambas cabezas de hogar y de cómo se integran esos núcleos familiares. Permiten conocer en qué manos está la conducción de un conglomerado social, cómo se puede hacer con cualquier censo de otros países, en los cuales incluso se puede encontrar la incidencia de género en la conducción social.

Hoy, que se ha puesto en marcha una monumental maquinaria para desentrañar muchas de esas incógnitas, también se ha abierto el espacio para mucha especulación, alguna incomprensible por el origen de sus postulantes y en la mayoría de los casos porque tampoco existe confianza en las autoridades y porque también, una vez más, la inseguridad juega un papel importante a la hora de revelar información vital.

Sin embargo, el conocimiento numérico de cuántos y cómo somos los guatemaltecos es importante y se debe ignorar a los agoreros de la oscuridad, sobre todo a quienes de manera ingenua plantean discutibles argumentos para resistirse a un proceso que arrojará datos relevantes sobre los habitantes del país. Lo único que se debe exigir es responsabilidad de quienes llevarán adelante esa tarea y sobre el posterior manejo de la información.

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