Revista D

El buscador de historias

Rodrigo Abd, el fotoperiodista argentino ganador del Pulitzer 2013, cuyas imágenes recorren el mundo, trabajó en Guatemala.

Muchas de las imágenes del fotoperiodista argentino Rodrigo Abd (1976) pueden provocar estupor, rechazo y hasta miedo, pero nunca indiferencia. Por ejemplo, la fotografía de un pandillero que abraza a su hijo sin soltar la pistola y el pequeño, sin saber exactamente de qué se trata, en su rostro revela el miedo, es una de las muchas que ha dado vuelta al mundo.

Desde el 2003, Abd es corresponsal de la agencia de noticias estadounidense Associated Press (AP). Guatemala fue el primer país al que fue asignado (2003-2012), fue acá donde se sumergió en el tórrido mundo de las pandillas para documentar las razones por las que los muchachos se meten a estos grupos delictivos; estuvo conviviendo con los “calaqueros”, de la zona 3. Pero también retrató la cotidianidad de los enterradores del cementerio de La Verbena, así como muchas crisis que se viven en la emergencia del Hospital General San Juan de Dios.

Ha hecho coberturas de los conflictos bélicos tanto en Afganistán como en Libia y en Siria. Fue precisamente por su trabajo en este último país que obtuvo el prestigioso premio Pulitzer 2013, en la categoría Breaking News Photography, junto a otros cuatro colegas de México, España, Palestina y Jordania.

En esta entrevista telefónica desde Perú, donde reside actualmente, Abd habla de su pasión por la lente y algunas coberturas en el Medio Oriente.

¿Cómo comenzó con este oficio?

Estudié Comunicación en la Universidad de Buenos Aires. Un día, en 1996, salí con unos amigos mochileros; hicimos un viaje muy lindo al norte de Argentina, Bolivia y Perú, llevaba una cámara pequeña de película y me convertí en el fotógrafo del viaje.

Después, por casualidad, una amiga me invitó a un curso de fotografía, fue allí que conocí el fotoperiodismo como una forma de contar historias en imágenes.

Se me abrió el mundo porque me gusta mucho estar en la calle, al aire libre, relacionarme con la gente. Así empecé, en un diario muy pequeño: La Razón. Siempre relacionado con el periodismo, no por el arte.

¿Quiénes han sido sus referentes?

Me inclino por los estadounidenses Bruce Davidson y Eugene Richards; el italiano Paolo Pellegrin y el francés Gilles Peress.

Me gusta destacar también el trabajo de los periodistas del día a día. Silenciosos, solitarios, de mucha entrega y muy pocas veces reconocidos. A veces con escasos recursos para contar lo cotidiano, que no parece importante, pero que es el registro histórico de un país.

¿Qué le dejó Guatemala tras nueve años de vivencias?

Fue una gran oportunidad para aprender a contar historias. AP me dio la libertad para explorar, no solo Guatemala sino toda la región.

En su portafolio se denota, entre otras cosas, mucha sensibilidad. ¿Qué cualidades considera son su sello?

Es importante que uno se interese mucho en lo que quiere fotografiar, porque si no te parece importante, no le pones la energía necesaria que el fotoperiodismo requiere para reflejar esas imágenes. Para lograr el objetivo se requieren muchas horas, días, noches y madrugadas de trabajo.

Algo que en su caso no ha sido obstáculo.

Soy de los que cree que en este oficio se tiene que poner mucho el cuerpo. Tiene que ver con experiencias y paciencia para hablar con la gente que puede contar historias

Soy de los que cree que en este oficio se tiene que poner mucho el cuerpo. Tiene que ver con experiencias y paciencia para hablar con la gente que puede contar historias, que te abran las puertas de su casa para poder fotografiar.

En Guatemala no fue fácil; trabajé muy duro. Recuerdo la historia de la partera rural Francisca Raquec, de Patzún, Chimaltenango. Era un tema que hacía mucho tiempo tenía previsto.

Tuve que convencer a la partera para que me permitiera retratarla, pero también a las pacientes, porque tenía que estar presente en el parto, que es un momento muy íntimo. Fue increíble. Por eso estoy eternamente agradecido con Guatemala y su gente. Quiero mucho al país porque me permitió crecer y formarme como persona y profesional. Aprendí sobre la vida y la muerte. Fue una experiencia única en donde siempre me sentí muy cómodo y acogido, como en casa.

Obtener la confianza de la gente le permitió contar historias.

Sí. Tenía dos meses y medio de estar en Guatemala cuando un diputado en Rabinal, Baja Verapaz, me botó de una tarima durante un mitin del general Efraín Ríos Montt. También entrevisté al jefe de una mara en Villa Nueva, a quien le expliqué porqué era importante contar la historia de la pandilla desde adentro.

No era para relatar cómo se cometía un asesinato o una extorsión, sino para entender por qué estos jóvenes llegaban a esta situación social. Pasé varias horas sentado en su casa, sin cámara.

Esta lógica la empecé en Guatemala y ahora la sigo en Perú, en donde quiero contar la historia de los buscadores de oro de la selva.

De sus experiencias en Medio Oriente, ¿qué similitudes y diferencias encuentra con las de América Latina?

Realmente es otro mundo. Hay conflictos comunes, pero a la vez muy distintos. La barrera del idioma fue una brecha, como también lo fue el no ser musulmán. El idioma me dificultó abrir puertas, pero a la vez me permitió darme cuenta de que la fotografía es un lenguaje universal y que podía abordarlo. Contar desde fuera mis vivencias sin ser especialista.

En Afganistán, por ejemplo, estuve en el 2010, durante el proceso post talibán, con ocupación militar de las grandes potencias.

¿Qué sucedía en Libia y Siria?

Las revueltas de la Primavera Árabe. En Libia —mayo 2011— era algo más puntual, pues intentaban derrocar el gobierno de Muamar Gadafi.

En Siria —marzo 2012— fue similar, pero se me hizo mucho más visceral, pues era una guerra muy sangrienta. Al mismo tiempo es el país de donde inmigraron mis abuelos, por lo que mantenía una carga emocional.

De alguna manera era como reencontrarme con esa tierra paterna, con los objetos familiares, con la comida común de casa. Fue dramático.

¿Cuál es su recuento de todo este aprendizaje?

Cada experiencia donde a uno le toque trabajar deja algo, es lo lindo de esta profesión. Como dicen en Guatemala, me encanta la frase “no se gana, pero se goza”. Recuerdo muchas frases guatemaltecas.

Uno sacrifica gran parte de la vida, pero es tan rico a la hora de conocer, de aprender. Nunca hay días iguales en el periodismo; son experiencias que quedan para toda la vida.

Un tema que se sale de lo trágico es el trabajo que hizo con los payasos.

Me encantó. Me impresionó que en Guatemala haya tantos payasos, muchos de ellos viven en condiciones muy difíciles y al mismo tiempo tienen que hacer reír.

Nadie me pidió ese tema, pero lo consideré interesante y me propuse investigarlo. Cuando me piden dar una charla siempre digo lo mismo: Nadie me pidió nada. El periodista tiene que buscar, ver que le interesa, no esperar sentado a que un jefe le diga haz esto. Al final la recompensa es muy linda, porque cuando uno se esfuerza en sus ideas hay un compromiso distinto para sacar el trabajo.

Perfil

2013. Ganador del premio Pulitzer en la categoría Breaking News, junto con cuatro fotoreporteros más, por la cobertura del conflicto en Siria.

2013. Primer lugar individual del World Press Photo.

2006. Tercer lugar del World Press Photo por su trabajo sobre las maras en Guatemala.

2012. Medalla de plata en el China International Press Photo en dos categorías.

Ha cubierto conflictos bélicos en Libia, Afganistán, Siria.

Reside en Perú desde el 2014.

Portafolio personal: rodrigoabd.com

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