Revista D

Gabo

"No se que nombre se le da a la perdida de lo que mas admiras, Gabriel García Márquez, ponte cómodo en tu pedestal de inmortal", se lee en el tuit de Ricardo Arjona.

Gabo, como lo llamaban sus amigos, murió el 17 de abril en Ciudad de México. Fotoarte Prensa Libre: Samuel Marroquín<br _mce_bogus="1"/>

Gabo, como lo llamaban sus amigos, murió el 17 de abril en Ciudad de México. Fotoarte Prensa Libre: Samuel Marroquín

El futuro Nobel: La entrañable vida de Gabriel García Márquez

“¡Es un varón! ¡Es un varón!”, gritan emocionados en una casa de Aracataca, un lejano pueblo de Magdalena, Colombia. El calendario marca el 6 de marzo de 1927 —domingo—. Nace Gabriel José García Márquez —el primogénito de Gabriel Eligio y Luisa Santiaga—.

Para los cataqueros, sin embargo, se trata del nieto de Tranquilina Iguarán Cotes y el coronel Nicolás Ricardo Márquez Mejía, los abuelos maternos con quienes se cría hasta los 10 años en una soleada tierra de platanales.

El pequeño, además, crece entre el rosario de creencias de ultratumba de la abuela y los recuerdos de guerras del abuelo. También con un diccionario bajo el brazo. Esa es la primera parte de la vida de Gabo, como luego le llamaron sus amigos.

En la segunda parte, a los 16 años, estudia en Zipaquirá, donde descubre los libros de William Faulkner, Franz Kafka y Virginia Woolf.

En la universidad, en la época en la que cursaba Derecho, suceden muchas cosas en su país. Conflictos políticos y sociales, básicamente. Ni hablar de la violencia. Al mismo tiempo decide que esa carrera no es para él y la abandona. Opta, en cambio, por el periodismo. En 1948 lo contratan en El Universal, de Cartagena, como crítico de cine. Luego va a El Heraldo, de Barranquilla, y en 1954 regresa a Bogotá para trabajar en El Espectador, donde años antes —un domingo de 1947— publica su primer cuento.

Ahí escribe crónicas y reportajes, y colabora para las páginas editoriales.

A la vez que trabaja como periodista, se dedica a escribir cuentos, pero sin despegarse de la novela. Tiene una en particular, la cual lleva a todos lados, titulada La Casa.

En 1955 viaja como corresponsal por Europa. Tres años más tarde regresa a Bogotá y se casa con Mercedes Barcha. En 1961 se va a México, donde se instala con unos amigos. Precisamente uno de ellos, Álvaro Mutis, le regala los libros Pedro Páramo y El llano en llamas, de Juan Rulfo, y le dice: “Léase esta vaina para que aprenda cómo se escribe”.

 Cierto día, su amigo y colega Plinio Apuleyo Mendoza le pregunta: “¿Fue tu abuela quien te permitió descubrir que ibas a ser escritor?”, a lo que Gabo responde: “No; fue Kafka, quien contaba las cosas de la misma manera que mi abuela”. De hecho, García Márquez confiesa que su interés en ser escritor le llegó después de leer La metamorfosis, una obra del alemán.

El oficio de escritor, sin embargo, no le da tanto como para ganarse la vida, así que trabaja en el cine y la publicidad. Claro, no se olvida del manuscrito de La Casa. Pero un día ve con claridad cómo sería aquella novela: sucedería en un pueblo remoto llamado Macondo y el tono de la historia sería tal como sus abuelos contaban historias. El comienzo de la obra va así: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”. Es lo primero que se lee en Cien años de soledad —desecha el título de La Casa—. Esta es su obra maestra, la que escribe en una máquina Olivetti, que termina en 1966 y que publica un año después. Gabo, entonces, tiene 39 años.

En pleno bullicio por su libro, se marcha hacia Barcelona, donde afianza su amistad con otros escritores, entre ellos Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa y Julio Cortázar.

En 1982, de vuelta en México, le dan la noticia de que le entregarán el Premio Nobel de Literatura. Tiene 55 años.

En 1999 le detectan cáncer linfático. En el 2004 publica Memoria de mis putas tristes, que narra la obsesión de un anciano por una adolescente que pierde su virginidad para ayudar a su familia.

A las 12.08 horas del 17 de abril del 2014, a los 87 años, el periodista y escritor Gabriel García Márquez da su último suspiro en México DF. Abandona el mundo físico, pero siempre se podrá dialogar con él tan solo con leer sus obras. Gabo no está muerto. Ahora vive en ese realismo mágico que creó.

Por Roberto Villalobos Viato/ con información de El País y El Mundo

 

El escritor: La obra del maestro y sus personajes simbólicos

Como obra emblemática del realismo mágico ha sido considerada Cien años de soledad (1967), por la que su autor fue distinguido con el Premio Nobel de Literatura (1982).

Desde antes de su muerte se le comparaba con Miguel de Cervantes o Mark Twain. Su novela cumbre ha vendido 50 millones de copias y ha sido traducida a 40 idiomas. Será porque esa soledad está retratada en la mayoría de sus obras publicadas.

 Se reconoce ampliamente su influencia literaria tanto en escritores como Mo Yan, Premio Nobel de Literatura 2012, como en lectores. Pero él también fue influido por William Faulkner, cuyos rasgos son palpables desde sus primeros textos. En los escritos de García Márquez, uno de los padres del Boom latinoamericano (1960-1970) destacan el énfasis en las relaciones familiares y los ejes temáticos del amor, la muerte, el poder y el honor, en una disposición cotidiana e inocente que mezcla en partes iguales la fantasía y la realidad, en un ambiente que se convierte en elemento vivo y determinante.

Macondo es un árbol parecido a la ceiba, explica Gabo; también una finca que vio durante un viaje en su adolescencia. Además, es un fantástico retrato de su natal Aracataca, poblado por seres tomados de la realidad y matizados por la magia. A este lugar mítico ya no se llega por un lindero entre los renglones de las 10 obras que lo mencionan, sino a través de las mentes de las últimas generaciones nacidas en América.

 Macondo, entonces, se convierte en el eje sobre el cual gira una serie de personajes de distintas generaciones pero de la misma ascendencia. La hojarasca (1955) fue su germen y luego se desarrolla en El coronel no tiene quien le escriba (1961), Los funerales de la Mamá Grande (1962) y otras obras.

Los tópicos propios del continente están representados en varias de sus novelas, entre las más destacadas, La mala hora (1967) y El otoño del patriarca (1975), que presenta una sociedad sin guerra, pero también sin paz, en un ambiente en donde las costumbres están sobre las leyes y el poder siempre se dispensa a través del militar, al igual que Un día de estos (1962).

En algunos textos se entrelaza su oficio periodístico con su labor literaria, tales como Relato de un naufrago (1972) y Crónica de una muerte anunciada (1981). El amor no se queda fuera del universo de García Márquez en El amor en los tiempos del cólera (1985). La historia también fue retratada por su pluma en El general y su laberinto (1989), y Del amor y otros demonios (1994).

En agosto nos vemos es la última novela escrita por el colombiano, la cual trabajó exhaustivamente y dejó instrucciones de que no se publicara sino hasta después de muerte. Sin embargo, no estaba complacido con el desenlace. A pesar de ello, sus herederos han decidido que debe salir a luz.

Personajes mágicos

De la amalgama de realismo y fantasía surgen entrañables personajes que encarnan modelos latinoamericanos como Úrsula Iguarán, fundadora de Macondo, una mujer exuberante, redentora y generosa, y José Arcadio Buendía, el patriarca de la familia Buendía, su esposo. Ambos, llenos de fortaleza y sabiduría, coinciden con cualquier cabeza de familia de este lado del mundo.

En El coronel no tiene quien le escriba, el protagonista, un hombre mayor de grandes orejas, pelo negro y cabeza grande, no tiene un nombre propio que lo identifique, pero se sabe que tiene un hijo muerto, una mujer enferma, un compadre adinerado y un gallo.

En su juventud, Florentino Ariza se enamora de Fermina Daza, con quien comienza una relación desaprobada por los padres de ella, quien termina casada con un médico. Luego de que esta enviudara, después de muchos años y las 622 mujeres de Ariza, este vuelve a conquistarla, en El amor en los tiempos del cólera.

En Memorias de mis putas tristes (2004)su personaje central es un periodista de 90 años, soltero, que se casa de manera simbólica con todas las prostitutas de un burdel. Encanta desde la primera lectura y se queda como parte del elenco mítico del autor colombiano, al igual que la pequeña que le roba el corazón sin una sola palabra.

En resumen, toda su obra está dedicada a la patria grande, porque a pesar de la cruda realidad americana, el autor siempre apostó por la vida. “Ni los diluvios ni las pestes, ni las hambrunas ni los cataclismos, ni siquiera las guerras a través de los siglos y los siglos han conseguido reducir la ventaja tenaz de la vida sobre la muerte”, es una de sus frases.

Por Isabel Díaz Sabán/ con información de Metro, de México/ Cecilia-palma.blogspot.com/ El país de España

 

El mejor oficio del mundo, el periodismo

 

Si había algo que obsesionaba a Gabriel García Márquez tanto como la literatura era el periodismo. Más de una vez lo proclamó: “Siempre me he considerado un periodista, por encima de todo”.

Su vinculación con lo que llamaba el mejor oficio del mundo surge mientras estudia Derecho en Bogotá.

 “El cargo más desvalido era el de reportero, que tenía al mismo tiempo la connotación de aprendiz y cargaladrillos. El tiempo y el mismo oficio han demostrado que el sistema nervioso del periodismo circula en realidad en sentido contrario. Doy fe: a los diecinueve años —siendo el peor estudiante de derecho— empecé mi carrera como redactor de notas editoriales y fui subiendo poco a poco y con mucho trabajo por las escaleras de las diferentes secciones, hasta el máximo nivel de reportero raso”, dijo como parte del discurso ante la 52 Asamblea de la Sociedad Interamericana de Prensa —1996—.

Pronto reconoce “los vasos comunicantes entre la literatura de ficción y no ficción para potenciar cada una de estas disciplinas con los recursos de la otra”, comenta Alberto Salcedo Ramos en el diario La Nación de Argentina.

En 1947, a los 20 años, publica su primer cuento, La tercera resignación, en el suplemento de fin de semana del diario El Espectador. Seis semanas después, el segundo, Eva está dentro de su gato.

 De 1948 a 1949 colabora como columnista en el periódico El Universal, de Cartagena, y de 1950 a 1952, en El Heraldo, de Barranquilla. Para entonces escribe bajo el seudónimo de Septimus.

Su amigo Álvaro Mutis lo anima a volver a El Espectador de Bogotá como reportero y crítico de cine. Allí publica, en 1955, el reportaje que le dio fama, Relato de un náufrago, una historia de 14 entregas que narra cómo un hombre sobrevive 10 días a la deriva, en una balsa, en el mar.

Su capacidad para contar historias lo lleva a ser corresponsal en Europa para este mismo periódico, pero poco después el gobierno colombiano decide cerrar ese diario, por lo que se ve obligado a regresar a su país natal.

Entre 1957 y 1958 trabaja en dos revistas venezolanas: Élite y Venezuela Gráfica. Luego, tras la revolución cubana en 1959 encuentra trabajo como director de la agencia de noticias Prensa Latina. En esa época nace su amistad con Ernesto Che Guevara.

Diarismo mágico

En 1974, junto a un grupo de intelectuales y periodistas de izquierda, funda la revista Alternativa. Fue un referente importante hasta su cierre, en 1980.

Su pluma queda palpable con entrevistas memorables al poeta chileno Pablo Neruda y semblanzas al cubano Fidel Castro, al venezolano Hugo Chávez y a la cantante colombiana Shakira, por mencionar algunos personajes.

 Pero también hubo críticas a su forma de hacer periodismo. El escritor español Claudio Guillén dijo que había una “realidad desbordante en su manera de escribir, con el uso de la hipérbole ­­­–exageración–”. Es un fenómeno que ha dado en llamar “diarismo mágico”.

Para Mario Vargas Llosa y el crítico Raymond Williams, los textos periodísticos de Márquez son “anécdotas ficcionales”.

Su mayor aporte al periodismo lo constituye la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI), proyecto que inicia en 1994 con el objetivo de formar nuevos talentos. Su brillante trayectoria llevó a la FNPI a instaurar el Premio Iberoamericano Gabriel García Márquez en el 2013, como un compromiso con la excelencia, la innovación y la coherencia ética.

En la página oficial de la Fundación, el periodista Jean-Francois Fogel resume de la mejor manera las enseñanzas del maestro: “El periodismo solo puede ser una pasión. No hay días y noches, no hay trabajo, descanso u ocio para un periodista. Vive y respira todo el tiempo como periodista buscando las rupturas, los personajes y las tendencias que expliquen la marcha del mundo”. El oficio, según Gabo, era intenso o no era. Se trataba de vivir para contar.

 Por Ana Lucía González con información de El nuevo periodismo Iberoamericano/ diario El Mundo