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María Jacinta Xon Riquiac: “La comida también se ha vuelto un instrumento de dominación, de exclusión y de transformación”

La antropóloga k'iche' examina, con una mirada que surca la alimentación prehispánica, la fragmentación del conocimiento ancestral a través de los alimentos.

María Jacinta Xon Riquiac: "La comida también se ha vuelto un instrumento de dominación, de exclusión y de transformación”

En la actualidad Xon Riquiac investiga sobre semillas criollas y nativas del país mientras cursa un doctorado en la Universidad Carlos III de Madrid. (Foto: Jesús Tzoy, cortesía María Jacinta Xon Riquiac)

En el comedor y la cocina de la antropóloga María Jacinta Xon Riquiac comen cada cierto tiempo personas que no viven allí. Desde el 2015, varios comensales de Guatemala y de distintos lugares del mundo han llegado al hogar de Xon Riquiac, en Chichicastenango, Quiché, para encontrar un espacio de aprendizaje a través de la degustación de platillos que datan antes de 1730, y cuyas recetas fueron heredadas a María Jacinta después de convertirse en madre.

A partir de entonces ha impulsado durante los últimos ocho años el Proyecto Tux, Cocina Gourmet de Origen, una plataforma en la cual comparte conocimiento crítico y comunitario, que además de invitar a la experimentación del paladar, ofrece la oportunidad de evocar sabores ancestrales. Xon Riquiac insiste en que la alimentación se fue convirtiendo en una expresión intervenida por la globalización.

Su práctica epistemológica la llevó a elaborar una tesis en la Universidad Carlos III de Madrid, donde investiga sobre la ontología y las disputas alrededor del cultivo y consumo de semillas criollas en el país.

Asimismo, publicó hace meses Entre el exotismo y el mayámetro. Dinámicas contemporáneas del colonialismo, un libro donde cuestiona las formas de aproximarse a las diferentes identidades indígenas y a proponer perspectivas que aporten nuevos puntos de vista frente a la historia occidental.

Sus investigaciones son una forma de entender la autorrepresentación indígena k’iche’. ¿Qué la condujo a esa búsqueda?

Mi abuelo, por parte de mi papá, era una persona muy crítica y auto-reflexiva, fue Ajqij -guía espiritual- porque quería cambiar el mundo para hacerlo más justo para los pueblos indígenas. Se acercó a la Acción Católica principalmente a la Teoría de la liberación. Fue cooperativista, y me parece que murió cuestionándose el alcance de las religiones en la emancipación de los pueblos. Toda su familia y él fueron jornaleros en las fincas de café.

Un día tomó la decisión de vender su parcela en la comunidad para que su único hijo pudiera ir a la escuela en la cabecera municipal. Desde que recuerdo él me contaba muchas historias, ahora sé que algunas aparecen en el Pop Wuj y muchas más las guardo en la memoria.

María Jacinta Xon Riquiac: "La comida también se ha vuelto un instrumento de dominación, de exclusión y de transformación”
El más reciente libro de María Jacinta Xon, publicado por Catafixia Editorial, aborda la importancia del diálogo frente a las nociones indígenas, alejado del prisma exótico. (Foto: Cortesía María Jacinta Xon Riquiac)

Cuando tenía 4 años, me hablaba de la explotación a los pueblos, de la necesidad de continuar una resistencia de vida. Sin comprender mucho el contexto en el que él proyectaba mi vida de mujer k’iche’ en permanente resistencia, le pregunté: ¿Por qué teníamos entonces que seguir siendo indígenas?

Su respuesta fue tajante. Primero me preguntó mi edad en esos momentos. Al responderle yo, me dijo: “¿Con 4 años crees que tienes derecho a olvidar la historia de nuestras abuelas y abuelos que resistieron hambre, enfermedades, frío y torturas para que tu ahora puedas usar la ropa indígena, para que tu ahora puedas hablar k’iche’ sin miedo a que te maten?”. Creo que ese día mi panorama de vida cambió mucho y me situó en una realidad que sería mi camino de vida.

Desde el 2015 impulsa el Proyecto Tux, en el cual explora la alimentación prehispánica con el conocimiento heredado de su familia. ¿Cómo pasó de ahí al trabajo investigativo?

Al final de su vida, cuando estaba desahuciado, mi abuelo bebió toda el agua gaseosa que se había limitado a ingerir cuando era joven. Él fue de esos sujetos radicales que nunca la bebían pero que terminan siendo consumidores compulsivos. La inclusión del azúcar, de la comida industrializada, del abono químico en los modos de vida alimenticios, agrícolas y económicos de los pueblos indígenas ha tenido impactos incalculables en la salud de las personas.

La diabetes, la hipertensión y sus secuelas, son una triste realidad en los pueblos indígenas que me hizo reflexionar sobre cómo y qué comían nuestras abuelas y abuelos y cómo pasa por nosotros la colonización industrial alimenticia. Tristemente en la contemporaneidad, la comida también se ha vuelto un instrumento de dominación, de exclusión, de privilegios y como parte de procesos civilizatorios perversos que no limitan sus impactos negativos solo a la humanidad, sino a toda la megabiodiversidad que permitían los sistemas agrícolas asociativos de los pueblos originarios.

Mientras estudiaba Historia de las Ciencias, en medio de la teoría no encontré dónde se ubicaban las ciencias de los pueblos indígenas o algo que me dijera dónde estaban los métodos propios —no el positivista y su método científico— que nos aproximara a las ciencias de los pueblos indígenas. Hasta que me aproximé a los saberes vivos y dinámicos tal cual una resistencia política de los pueblos indígenas y campesinos, principalmente de las mujeres, cuando aún y pesar de la historia de opresión, se sigue reproduciendo el sistema milpa y la comida que ella ofrece mientras crece, a los humanos, pájaros, roedores, insectos y plantas.

Cuando fui mamá y mi hijo tenía que comer, me acerqué a mis dos abuelas que estaban vivas y les pregunté qué le daban de comer a los bebés. Fue cuando me explicaron que, por ejemplo, para que un bebé empezara a comer se le podía dar un güicoy tierno con agua de frijol aplastado. Mi otra abuela me enseñó que también se podía aplastar un tamalito recién salido de la olla y mezclarlo con un poco de pepitas bien molidas. Entonces reconocí que me estaban hablando de proteínas y vitaminas. Fue así que empecé a entender que en la comida hay muchísima lógica nutricional.

María Jacinta Xon Riquiac: "La comida también se ha vuelto un instrumento de dominación, de exclusión y de transformación”
Una de las recetas del Proyecto Tux es la elaboración de los boxboles con richaj patre’, una variedad de hoja de mostaza. Foto: Sandra Sebastián, cortesía María Jacinta Xon Riquiac)

Estas ideas vienen de un enlace significativo con su contexto familiar. ¿Qué reflexión ha podido desarrollar a partir de las nociones sobre lo doméstico?

Algunos puntos que investigo vienen del cuidado, la ternura y la resistencia en que crecen muchas mujeres, a pesar de la violencia sistemática. Para mí lo doméstico ha sido un redescubrimiento y una autocrítica.Muchas veces, como resultado de la lectura patriarcal del mundo se ha visto lo doméstico como un lugar opresivo para las mujeres. Cuando la maternidad llegó a mi vida empecé a ser más sensible de esa cotidianidad, que fue cuidar a mi hijo, no como una obligación, sino como una decisión.

Al acercarme a otras mujeres que son madres me he permitido entender que el cuidado no solo es hacia los hijos, sino también hacia la tierra, la memoria y la historia. Lo doméstico es un espacio para politizar para las mujeres y que implica una resistencia. Entonces, creo que lo doméstico implica un espacio de interconexión con las formas de vida que tienen que ver con la tierra, la comida y lo que nos rodea.

¿Cómo se ha introducido esa percepción en el Proyecto Tux? ¿Qué pueden encontrar las personas que participan en el espacio?

Buscamos que este sea un espacio para compartir conocimientos sobre la manera en que nos alimentarnos. Nos basamos en recetas preindustriales que se elaboraban antes de 1730. Un 95 por ciento está basado en lo que ofrezca el sistema milpa. Nada se escapa de ahí. Solo un cinco por ciento de los alimentos tienen proteína animal, que suele ser pollo, y el resto son vegetales, semillas criollas y nativas que se cultivan alrededor y que no vienen de lógicas masivas de la globalización del alimento.

Por ejemplo, no encontrarán zanahoria o brócoli en nuestro menú. Buscamos reconocer que no todo lo que ingerimos tiene que ser comprado en un supermercado, o que no todo debería saber a consomé o glutamato monosódico. Partimos del respeto a la vida y los elementos vivos. Por eso, trabajamos bajo reserva para calcular cantidades y no desperdiciar los alimentos. El 70 por ciento del precio para la degustación va dirigido a las mujeres que cultivan lo que usamos para las preparaciones. Buscamos mantener el gusto de las abuelas.

Una de nuestras intenciones es impartir un taller colectivo en el cual las señoras mayores nos puedan enseñar sobre la nixtamalización, que muchas personas no habíamos conocido. El objetivo del proyecto es procurar un aprendizaje colectivo.

María Jacinta Xon Riquiac: "La comida también se ha vuelto un instrumento de dominación, de exclusión y de transformación”
Otro de los preparados en Proyecto Tux es la pepita de q’oq’ y chilacayote tostada, que se transforma luego de ser triturada en la piedra de moler. (Foto: Sandra Sebastián, cortesía María Jacinta Xon Riquiac)

¿De qué manera diría que la cultura occidental impactó en la manera de comer en su comunidad?

He visto que las mujeres tienen gran parte del conocimiento vivo que se opone a hechos que ocurrieron después del final de la Segunda Guerra Mundial. Hay un corte en la industrialización alimentaria y también en el uso de abonos, una masificación de la electricidad, y aparecen los congeladores con la tecnología. También aumentan los procesos de hormonización a animales, como los pollos. A partir de 1970 hay una modificación radical en los hábitos alimenticios. Yo creía que era solo de Guatemala, pero cuando vienen personas de otros lugares veo que el impacto ha sido global.

“Tux” significa “resurgir”. ¿Qué dice este concepto para usted ?

Antes creía que sabía algunas cosas, pero ahora me doy cuenta que necesito aprender muchísimo. Entonces, creo que el concepto responde a la idea de que hay muchos retos que debo seguir explorando con este resurgir cuando involucramos a más sujetos locales con deseos de aprender.

Creo que es una intención que sigue siendo una utopía. En el retoñar siempre nos esforzamos por aprender y de esa forma podemos compartir lo que sabemos con otras personas.

ESCRITO POR:

Alejandro Ortiz

Periodista de Prensa Libre especializado en temas sobre cultura y bienestar, con 5 años de experiencia.