Revista D

Todo trabajo dignifica

¿A qué se debe el éxito empresarial? La cuestión es simple: trabajo, constancia, ahorro, buenas ideas y aprovechamiento de las oportunidades. Así lo han demostrado varios casos, como el de personas que provienen de familias pobres y que luego se convierten en magnates.

Andrew Carnegie, por ejemplo —hijo de inmigrantes escoceses—, a los 13 años obtuvo su primer trabajo en una textilera donde cambiaba los carretes de hilo. Luego fue telegrafista.

Carnegie creció de a poco, sirviéndose de cada cosa que obtenía para tener otra mejor. Con el tiempo se convirtió en multimillonario gracias a sus negocios en la industria del acero.

Estas son algunas historias de magnates que no nacieron con dinero, sino que se lo ganaron viniendo desde abajo. Lo admirable, asimismo, es que no le hicieron el feo a sus primeros trabajos. Al contrario, se dignificaron con ellos.

Dell, el lavaplatos

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Michael Dell es el fundador de la marca de computadoras que lleva su apellido. A los 12 años trabajó de lavaplatos en un restaurante chino. Después se dedicó a intercambiar y vender sellos. A los 17 vendía suscripciones para un periódico. Al año siguiente ingresó a la Universidad de Texas en Austin. En esa época compraba computadoras, las mejoraba en su habitación y luego las vendía a precios más accesibles que sus competidores. Con el negocio en marcha, abandonó la universidad. En 1984, con solo 19 años, fundó la Dell Computer Corp. Hoy, su fortuna asciende a casi US$16 mil millones.

 El arriesgado

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No terminó sus estudios universitarios. Aun así, Ted Turner (Cincinnati, Ohio, 1938) se convirtió en una de las personas más influyentes de los medios de comunicación —en 1980 fundó Cable News Network, CNN—. Antes pasó penurias económicas. A los 25 años tomó las riendas de la agencia de publicidad de su padre, la cual sacó a flote luego de la quiebra. En 1970 compró una frecuencia UHF de televisión, a la cual nadie apostaba. Una década después, CNN se convirtió en la primera televisora con programación dedicada a dar noticias. Turner, además, participa en otras importantes cadenas de la pequeña pantalla  estadounidense.

El geek
 
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Bill Gates es el cofundador del gigante tecnológico Microsoft. No terminó sus estudios universitarios en Harvard, pues se dedicó de lleno a trabajar como programador de computadoras. Su gran éxito fue con el sistema MS-DOS (1981), que luego evolucionó a Windows 3.1 (1992) y sus posteriores versiones, las cuales, hasta hoy, siguen vigentes. Su fortuna  asciende a casi US$76 mil millones —ocupa el primer puesto en la lista del 2014 de Forbes—.

El hacendoso parrillero 

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El primer empleo de Jeff Bezos estuvo en la parrilla de McDonald’s, la famosa cadena de comida rápida. En 1994 fundó la compañía Amazon.com, que se dedica a la compra y venta de productos por internet. Su fortuna ronda los US$27 mil 200 millones. Por cierto, ahora también es propietario del periódico The Washington Post.

Premio bien invertido
 
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En la Suecia rural nació Ingvar Kamprad, propietario de las mueblerías Ikea. ¿Su primer empleo? Con su bicicleta vendía fósforos. Luego pasó a ofrecer pescado, lápices o decoración navideña. Cierta vez, su padre le dio un premio en efectivo por aprobar un curso en el colegio, el cual invirtió para fundar Ikea. La fortuna del escandinavo oscila los US$3 mil 500 millones.

El aldeano 

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Amancio Ortega Gaona nació en una aldea de León, España, poco antes de que estallara la Guerra Civil. Su familia emigró a Galicia, donde, a los 17 años, empezó a trabajar en una mercería —donde se venden cosas pequeñas y de poco valor, como alfileres, botones o cintas—. En 1963 pidió un préstamo para montar su empresa textil a la que llamó GOA —hoy Inditex, también propietaria de las tiendas Zara—.

El hijo del tendero
 
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Carlos Slim Helú compite con el informático Bill Gates por la primera plaza de los hombres más ricos del mundo.
Es hijo del libanés Julián Slim, quien emigró a México en 1902, país donde inauguró una tienda de textiles. Carlos Slim se graduó de ingeniero en la Universidad Nacional Autónoma de México. Abrió una casa de bolsa y adquirió empresas industriales. Reinvertía el dinero o lo usaba para comprar más propiedades —de esas actividades nació Grupo Carso—. En los ochentas, por sus contactos políticos, pudo comprar Teléfonos de México —Telmex—. Ese fue el gran golpe. Hoy su fortuna llega a los US$72 mil millones.

El Mecánico

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Henry Ford, hijo de unos granjeros irlandeses de escasos recursos, nació en Dearborn, Michigan, el 30 de junio de 1863. Al terminar la secundaria se mudó a Detroit, donde trabajó como aprendiz de mecánico. Al poco tiempo regresó a su pueblo para ganarse la vida como operario de máquinas de vapor. En los primeros años del siglo XX asentó su fama por fabricar buenos automóviles de carrera. En 1903 fundó la Ford Motor Company. Su gran éxito fue el Modelo T, lanzado en 1908. Revolucionó, asimismo, los sistemas de trabajo, pues su producción en línea demostró ser altamente eficiente.

¡Prensa, prensa!
 
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Warren Buffet, uno de los hombres más ricos del planeta —tiene una fortuna calculada en US$58 mil 500 millones—, fue repartidor de periódicos. Durante su niñez, incluso, compraba chicles en el almacén de su abuelo y los iba a vender de puerta en puerta en las cercanías de su casa. Su carrera profesional empezó en una pequeña oficina en Omaha, Nebraska, la hoy conocida firma Berkshire Hathaway, de la cual es su director ejecutivo. Para acumular dinero, Buffett recomienda esto: “Primero, no corras. Segundo, conoce bien dónde te metes. Tercero, ten en cuenta que cuando inviertes, si pierdes, vas a hacer que alguien se enoje mucho”.

Hasta las piedras vendía
 
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John D. Rockefeller fue un hombre poderoso. Nació en Richmond, Nueva York, en 1839 —murió en 1937—. Desde niño mostró sus dotes para los negocios; recogía piedras, las pintaba y las vendía. Juntó US$50 y se los prestó a un granjero, con una tasa del 7 por ciento de interés. “Decidí hacer trabajar al dinero para mí”, escribió más adelante. A los 16 años fue bibliotecario y luego contador en la firma Hewit and Tuttle. Con el tiempo invirtió en la industria del petróleo —llegó a controlar el 90 por ciento de las refinerías de EE. UU.—. Su código de vida fue la “disciplina, el orden y un registro fiel del ‘debe’ y el ‘haber’”.

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