De muerte cayó don Pino, sobre la banqueta del Ticu Tuticu. De muerte cayó en la acera, duró varios minutos en morir. Recuerdo que fueron cuatro los balazos detonados; aún los escucho, después de tanto año. De sangre también manchado, cayó sobre de él su hijo. Un joven y delgado adulto que llevaba playera clara. Abrazaba ya inerte el cuerpo de don Pino, mientras su cráneo expulsaba con cardíaca intermitencia un chorro de sangre rojo granate. Qué gruñidos, qué llanto, qué aullidos los de ese muchacho, mientras abrazaba lo último de su padre que se desangraba. Tirados, ambos, frente a la cantina de leyendas, sobre la sexta avenida, en la zona diez. Era 1983. Era una fecha entre semana. Había calor de medio día. Era entonces y es, nuestra pobre Guatemala. Un lugar donde la muerte violenta no cobra su debida y justa valoración.