Escenario

Las marchas fúnebres son parte de la tradición de Guatemala

En la parafernalia procesional es infaltable la música de bandas que interpretan marchas fúnebres, la mayoría de creación nacional, cuyas particularidades las hacen únicas en el mundo.

La banda del maestro Luis Pirir es una de las más conocidas y que interpreta piezas fúnebres en las procesiones desde el 2002. El maestro se formó en el Conservatorio Nacional de Música. Toca el trombón, tuba y eufonio. (Foto Prensa Libre, Óscar Rivas)

La banda del maestro Luis Pirir es una de las más conocidas y que interpreta piezas fúnebres en las procesiones desde el 2002. El maestro se formó en el Conservatorio Nacional de Música. Toca el trombón, tuba y eufonio. (Foto Prensa Libre, Óscar Rivas)

La referencia más antigua, según el historiador y doctor Gerardo Ramírez, está relacionada con los gastos de la cofradía de Jesús Nazareno de la Merced. Entre 1654 y 1714 aparecen fondos destinados  para pagar la música. En 1679 se pagó un miserere. Primero cantaba el coro de la comunidad —frailes—, después se contrató un grupo de músicos, refiere el artículo Carisma, vocación y corazón, música de exteriores, del libro Contemplaciones.

Asimismo, el Ejército del Reino de Guatemala participaba en procesiones y llevaba a sus músicos que  tocaban algunas fanfarrias.

Repertorio actual

Las marchas fúnebres se remontan a mediados del siglo XIX, cuando el compositor   Benedicto Sáenz hijo, quien en 1852 adquirió  en un viaje a Europa partituras de la Marcha Fúnebre Número Uno, de Ludwig van Beethoven, y la Marcha fúnebre,  de Federico Chopin (1837), las  adaptó para la música sacra durante la Semana Santa en Guatemala, refiere el doctor en Historia del Arte Fernando Urquizú.

20 a 100 músicos tocan en cada cortejo procesional, según su duración y requerimientos de las hermandades.

Esta última ha sido la marcha oficial del Señor Sepultado de Santo Domingo desde hace cien años. 

Una de las primeras piezas del repertorio  de Sáenz es el Miserere (El grande) para coro y orquesta, que lo compuso para escucharse en la Catedral Metropolitana y, luego en el templo de la Merced,  Candelaria y Santo Domingo.

En algunas ocasiones, las bandas ofrecen conciertos en los templos o instituciones para recaudar fondos y graban su arte en discos compactos.

Durante la Reforma Liberal (1871-1944) aparecen obras de Pablo Sáenz Lambour, hijo de Benedicto Sáenz hijo, y Rafael Álvarez Ovalle  —autor de la música del Himno Nacional—, quien escribe el primer libro de marchas fúnebres, con cuatro partituras, con el que intenta estandarizar  el repertorio de este género en Guatemala, indica Urquizú. También destacaron Manuel Martínez Sobral y Marcial Prem.

Q70 es el aproximado que gana un músico por hora en una procesión. En Viernes Santo puede cobrar Q250 la hora.

Los primeros directores de bandas procesionales fueron Ramón y Nicolás González, que estaban al frente de los músicos en los cortejos de Santo Domingo, Candelaria y La Merced.

Se considera a las marchas fúnebres el segundo tipo de música más famoso después de la marimba, porque prepara a los fieles para venerar imágenes.

Conforme crece el desarrollo de las procesiones en el siglo XX, aparecen nuevas composiciones en el relevo generacional y de las bandas, relacionadas con sucesos como la consagración de Jesús de Candelaria, en 1917, sobre la cual se inspiró Ricardo Quiroz para crear una marcha. También se escuchaban piezas de Monseñor Joaquín Santa María y Vigil, como ¡Señor, pequé! (1926),  la oficial de Jesús Nazareno de la Merced.

20 procesiones, en promedio, participan las bandas de mayor demanda durante Cuaresma y Semana Santa.

Las marchas oficiales  de cada imagen comienzan a aparecer en esta época. Cristo Rey, de Fabián Rojo, es la primera  que se ejecuta al salir la procesión del templo de Candelaria.

Píccolo, clarinetes, trompetas, tenores, tubas barítonos, trombones de vara, tubas, bombos, platos, redoblantes, timbales, lira y gong son los instrumentos que tocan los integrantes.

Las marchas se comienzan a grabar en acetatos. El primer disco grabado en Guatemala estuvo a cargo de la Casa Tikal, en 1955, con  12 marchas y fue dedicado a Jesús de San José.

2 mil 500 a cinco mil marchas fúnebres originales se calcula que han sido escritas por guatemaltecos.

Prestigio musical

Los músicos son personas cultas que se han especializado en leer partituras de este género. La mayoría  se ha formado en la Escuela Militar de Música, en el Conservatorio Nacional de Música y en Escuelas Municipales de Música, refiere el director y maestro Wilber Hernández.

Lo más difícil es soportar el cansancio y las inclemencias del clima, explica el director y maestro Luis Pirir, quien dice que por ese motivo debe convocar mayor cantidad de músicos para hacer relevos con el mismo registro musical.

Otro problema que puede afectar a las bandas es la lluvia, al dañar los instrumentos de viento con piezas de madera, y dificultar la lectura de partituras.

Las marchas fúnebres son Patrimonio Cultural de la Nación, según acuerdo ministerial 362-2011, “al contribuir al fortalecimiento de la devoción religiosa”.

Este género enfatiza en los instrumentos de viento: cornos franceses, helicones, trompetas, trombones, clarinetes y  píccolo.
Pirir afirma que a los músicos no solo se les exige en la técnica y dinámica de la interpretación, sino en la resistencia, por lo prolongado de los cortejos, pese a lo cual deben cometer el mínimo de errores.

“Cualquier  músico puede participar, pero realmente le debe gustar  acompañar los cortejos procesionales, por el desgaste físico: hay que caminar, leer la partitura e interpretar en el instrumento”, dice Hernández.

15 a 20 bandas participan en cortejos procesionales en la capital, con unos 20 integrantes, en promedio.

Los directores convocan a  músicos, según requerimientos y presupuesto de  hermandades. Muchos directores de bandas capitalinas invitan a músicos de la provincia, especialmente de Antigua Guatemala.

Escuche listado

La elección de marchas fúnebres es subjetivo, pero en algunas categorías hay concordancia de varios músicos:

ESCRITO POR:

Brenda Martínez

Periodista de Prensa Libre especializada en historia y antropología con 16 años de experiencia. Reconocida con el premio a Mejor Reportaje del Año de Prensa Libre en tres ocasiones.