Meditación: Sentarse en una silla cómoda, con la espalda recta, los pies apoyados en el suelo y los ojos cerrados, y respirar profundamente cinco veces; a continuación, ir centrándose en cada parte del cuerpo, una a una. Luego, volver a pensar en la respiración y dejar que la mente vuele libre y que esté todo lo ocupada o tranquila que quiera. Al abrir los ojos 15 minutos después, nos sentiremos como si hubiéramos dormido una siesta.
Pensamiento positivo: Se pueden poner en práctica algunas técnicas simples, derivadas de la terapia cognitivo-conductual, para hacer frente a los modos negativos de pensamiento. Podemos tomar nota cada vez que decimos “debería”, “tengo que” y “debo” y cambiarlas –ya sea mentalmente o por escrito– por “podría”. Esto convierte una obligación en una posibilidad. Y cuando decimos “¿y si?”, “tal vez” o “quizá”, debemos pensar en las preocupaciones proyectadas que se ocultan tras esas palabras y decidir si podemos o no hacer algo al respecto y, si no, colocarlas en un cuadro mental.
Visualización: Imaginarse relajado en una playa o sentado al lado de un río en el campo es uno de los métodos más eficaces de alcanzar un estado mental más tranquilo. Muchas veces nuestra mente utiliza imágenes negativas que nos perjudican por lo que es importante aprender a utilizar las imágenes de forma positiva. La relajación mediante visualización se logra pensando en el sitio tranquilo donde más le gustaría estar, cerrando los ojos y visualizando con todo detalla el paisaje, el ruido del agua, el viento en los arboles, las sombras en el suelo… Una vez perfeccionada, esta técnica se puede practicar en cualquier sitio.