Juan Carlos Lemus @juanlemus9

Juan Carlos Lemus

NOTAS DE Juan Carlos Lemus

Cuando los animales se sienten acorralados, rugen o huyen. La naturaleza es sabia porque dopa a las bestias para que reaccionen ante un peligro. Debido a su irracionalidad, les hace responder inflando los hocicos, cambiando el color de su piel, camuflándose entre las hojas y los árboles, soltando gases, rociando veneno. A diferencia de los animales domésticos, los de monte lucharán para sobrevivir, atacando según el tamaño de su necesidad.
A los rateros ya no los hacen como antes. Siempre repudiables, sus tácticas han ido del engaño al cinismo y del disimulado carterista al que roba Q350 millones de nuestros impuestos.
La película <em>Madame Marguerite</em> narra la vida de una mujer víctima de su ego y del engaño. La elogian porque esperan sus favores. Le hacen creer que es una gran cantante cuando la verdad canta como rana. Es la historia de muchos. El filme recoge un periodo encendido del vanguardismo lleno de insolencia en una sociedad polarizada por la hipocresía y el anarquismo.
Un personaje dijo hace dos días por la radio, tras conocerse la nueva solicitud de retiro de antejuicio contra Jimmy Morales, que “la plaza parece dormida, pero está despierta”. Este señor —creo que se trataba de un exdiputado— sabe que la plaza ya no existe como tal. Para empezar, persiste la necedad capitalina de autonombrarse líder de las manifestaciones nacionales y desestimar los movimientos indígenas y campesinos que denunciaron la corrupción de Pérez Molina, sin la difusión mediática de la capital.
A la orilla de la cancha de futbol hay un hombre muerto. Está de cara al sol. Ya la policía circuló con una cinta amarilla. Es de mañana, en un residencial de la Roosevelt. No parece un hecho de violencia porque el cuerpo no está rodeado de sangre. Es posible que se trate de una muerte natural. Llegan los bomberos y lo cubren. Unos vecinos se acercan y a distancia prudente observan.
Leo las siguientes palabras de Almudena Grandes, en su columna de esta semana, y me caen de golpe muchos recuerdos: “Desde la mesa miro mi olivo, que rescaté de la infame condición de bonsái y mide ya más de tres metros”. Qué maravilloso rescate. Los bonsáis no son obras de arte, son obras de la crueldad.
Nicaragua ha sido el país más pacífico de Centroamérica. No tiene la delincuencia que hay en Guatemala, Honduras, El Salvador. Los nicaragüenses no replican ?al menos visiblemente? el desprecio que les demuestran algunos costarricenses como consta en aquel famoso video en que la policía no contuvo a sus perros que atacaron a un nicaragüense. Aun cuando tienen espacios públicos más seguros, debido a su pobreza los nicas son estigmatizados por algunos centroamericanos cuya idea de bienestar son los centros comerciales y guardias armados a la puerta de los condominios. Nicaragua es un pueblo admirable, valiente, soberbio y loco. Las personas son directas, no tan sonrientes como aquí y allá, y muy sinceras.
Si fuésemos un país que prospera, hasta las fábulas del presidente nos parecerían cosa divertida y no la grosería que son, ya no digamos un video musical. No le daríamos importancia, lo tomaríamos como asuntos del reguetón, una aberración o un jugueteo característico del subgénero musical. Pero como no somos un país en vías de desarrollo, sino uno gobernado por la Tropa loca, atenazado por un fantoche como presidente que instaló a un ministro de Gobernación incapaz de honrar el puesto, Degenhart, obstáculo para la lucha contra la corrupción; un país con una policía que duerme en colchones con chinches y pulgas, que no tiene agua en los sanitarios de sus instalaciones y menos agua potable; con una policía desmoralizada, que paga por sus uniformes, que no recibe el aumento salarial ofrecido en tanto el ministro da a los comisarios vehículos del año; como somos todo eso, un videoclip grabado en las instalaciones de la Policía Nacional Civil no se puede esquivar como cuando se camina por la acera y se ve que allí hay algo.
Jerjes mandó azotar al mar porque se había tragado sus barcos. Podemos imaginar a sus soldados dándole 300 latigazos e insultándolo, pues las instrucciones fueron pegarle y maldecirlo. No sabemos si aquel escarmiento sofrenó al mar y lo hizo vomitar lo devorado.
El señor en cuestión nunca fue payaso, entendido como artista clown que tiene algún marco filosófico y un sentido estético del mundo. El clown es respetable. El arte de hacer reír es difícil y no lo hace cualquiera. Fue tan payaso como presidente es ahora: nada. No es que él se autodenomine payaso, es que ya se comió todos los insultos y no ha quedado otra que restregarle su pasado como cómico llamándole payaso.