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Discursos presidenciales: promesas grandes y elegantes

¿Qué tienen de similar los discursos de los presidentes el día de su toma de posesión, y cómo cambiaron un año después de haber llegado al poder? ¿Cuáles fueron las palabras que, irónicamente, se convirtieron en sus propias trampas?

Vinicio Cerezo (con banda presidencial) y su vicepresidente, Roberto Carpio Nicolle, toman juramento el 14 de enero de 1986. (Foto: Hemeroteca PL)

Vinicio Cerezo (con banda presidencial) y su vicepresidente, Roberto Carpio Nicolle, toman juramento el 14 de enero de 1986. (Foto: Hemeroteca PL)

Acá se hace un breve repaso de tres presidentes de la era democrática y los términos característicos de sus discursos; cómo habían variado sus palabras un año después, de qué se jactaban y cómo su propio discurso los iba envolviendo poco a poco.

Ellos son Marco Vinicio Cerezo Arévalo (1986); Jorge Serrano (1991), y Álvaro Arzú (1996, en su respectivo orden cronológico de estadía en el poder.

El martes 14 de enero de 1986, el recién investido presidente Vinicio Cerezo dijo: “Por mucho tiempo se nos negó la expresión, se trató de ocultar la democracia… pero esa pesadilla ha terminado”.

Cerezo hacía alusión al fin – o a l supuesto fin- de los gobiernos militares.

De hecho, el general Óscar Mejía Víctores, quien dio contragolpe a  Efraín Ríos Montt, le entregó ese día el mando.

Cerezo se autoproclamó entonces “rescatista de la democracia” y de las arcas del Estado las cuales, según él, encontró vacías.

El autonombrado paladín de la confianza recibía un país renovado constitucionalmente pero “empobrecido, lacerado por el conflicto armado interno y saqueado” por los gobiernos anteriores.

En el característico y siempre elegante y enamorador discurso de Cerezo figuraron términos como “nuestra casa”, “gobierno del pueblo”, y “terrible crisis económica”. 

Irónicamente, entre los invitados al acto estuvo Daniel Ortega, el ya cuatro veces presidente de Nicaragua y admirador del proyecto “integracionista y democrático” de Cerezo Arévalo.

“Guatemala feliz”

Un año después, en su informe de primer año de gobierno Cerezo Arévalo indicó que “una Guatemala feliz y una sociedad democrática por las que hemos luchado deben ser el resultado del esfuerzo nacional, de una concertación general. El pueblo lo sabe y por ello existe seguridad, satisfacción y esperanza; sabe que no fuimos electos para hacer milagros y está dispuesto a esperar y colaborar”.


Ese 14 de enero de 1987 resaltó términos como “cultura de paz”, “justicia”, “solidaridad y amor” y alabó al Congreso, dirigido entonces por su correligionario Alfonso Cabrera Hidalgo. 

Ciertamente, como era del dominio popular, Cerezo fue presa de su propio discurso.

¿Y serrano Elías?

Jorge Serrano Elías asumió el poder el 14 de enero de 1991, en medio de una mezcla de civismo y euforia religiosa.

Eligió el entonces estadio Mateo Flores para la ceremonia, algo que no había hecho ninguno de sus antecesores.

Serrano, tal y como lo hizo Cerezo, utilizó el discurso para achacar errores a su predecesor. Enfatizó en la deuda externa, la crisis generalizada y el deterioro de la economía.


Entre sus términos favoritos estuvieron “justicia”, “respaldo”, “comprensión” y “soberanía”.

En esa ocasión, Serrano dijo: “Estoy dispuesto a cumplir y a hacer que se cumpla la ley sin discriminaciones. A la majestad de la justicia no podrán oponérsele las jerarquías, los fueros, ni los recursos financieros. Quien viole la ley debe ser castigado, sin excepción”.

El 14 de enero de 1992, rindió rindió su informe al Congreso que duró exasperantes 105 minutos.

En ese lapso se dedicó a hablar de los logros económicos, la reserva monetaria y otros indicadores económicos, pero dijo muy poco de la justicia, los derechos humanos, el conflicto armado interno y el respeto a la soberanía.


Como era de suponerse, se jactó del aumento al salario mínimo, como lo haría a finales de 1992 del bono 14.

Ese día, la democratacristiana Catalina Soberanis,  quien todavía era presidenta del Congreso, urgió a Serrano que agilizara la firma de la paz.

Un año y cuatro meses después Serrano Elías rompió el orden constitucional al dar “autogolpe” de Estado. Obviamente, tuvo que tragarse el encendido discurso que dirigió a Guatemala el día de la toma de posesión.

Asume Álvaro Arzú

A las 14.10 horas -“las 14 del 14”- del 14 de enero de 1996  Arzú es juramentado  como presidente de Guatemala por el panista Carlos García Regás, presidente del Congreso.

Horas antes había entregado el cargo de mandatario Ramiro de León Carpio, quien ocupó 30 meses la Presidencia, luego del autogolpe de Serrano Elías. 

Entre los términos propios del discurso de Arzú figuraron “gobernabilidad”, “seguridad”, “saneamiento del Estado”, “inversión”, “imagen internacional”, “descentralización”, “gasto social” y “compromiso de paz”.


El 14 de enero de 1997 anunció con pompa en su primer informe al Congreso que su mayor logro había sido la firma de la paz. De hecho, hasta mandó acuñar una moneda de Q1 con el controversial logotipo de “la paloma de la paz”.

Como Serrano, Arzú también dijo que había recibido el país en ruinas y con alto índice de inseguridad y corrupción.

Sin embargo, el también cinco veces alcalde de la capital se jactó entonces de la ofensiva diplomática y el saneamiento de los indicadores económicos, aunque, con su estilo característico, dijo que habían sido “logros modestos pero significativos”.

Más de lo mismo

Poco o nada ha cambiado el discurso presidencial de toma de posesión y del primer año de gobierno desde aquellos lejanos años de 1980.

El contenido, similar en la mayoría de casos, sigue orientado al combate de la pobreza, los impuestos, la corrupción y “echarle lodo” al mandatario antecesor.

Así, el 14 de enero de 2016, el entonces sorprendido Jimmy Morales, es investido presidente, luego de la racha patriotista de corrupción y promesas incumplidas.

En su discurso figuraron frases como “cero aumento de impuestos”, “combate de la pobreza y la desnutrición”, “austeridad en el gasto”, “crecimiento económico” e “intolerancia al transfuguismo en el Congreso”.

Un año después subraya que hay reducción de la pobreza, un mejor sistema de salud y avances en seguridad… y se da una autocalificación de ocho puntos sobre diez.

Esa ha sido la realidad de los discursos presidenciales, la mayoría de ellos gastados, caducos, trasnochados y, sobre todo, empalagosos.

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