EDITORIAL

El gran ideal de una integración competitiva

La polarización de pasiones políticas, los caudillismos miopes y la falta de una visión integral han sido desde hace dos siglos los mayores enemigos de un proyecto regional centroamericano, factores a los cuales se suman el crimen organizado, que explota las debilidades y ausencias gubernamentales, así como las prácticas de corrupción que pululan en los aparatos burocráticos a base de clientelismo, tráfico de favores y manejos discrecionales del dinero público.

El incumplimiento de prioridades de Estado, plasmadas en la Constitución bajo la forma de garantías ciudadanas, ha creado una especie de indiferencia, si no de desconfianza, hacia el modelo democrático, el cual ha sido tergiversado por facciones politiqueras que solo están interesadas en medrar con la debilidad institucional. Este irrespetuoso círculo vicioso no representa el legítimo sentido del quehacer político, cuyo fin debe ser el servicio al ciudadano y cuyos cargos, por elección o designación, constituyen símbolos que deben ser honrados y no ventanas abiertas al dispendio, el favoritismo y la prepotencia.

Desafortunadamente, los países centroamericanos se fragmentaron en la primera mitad del siglo XIX, a causa de pugnas entre liberales y conservadores, las cuales no cesaron ni siquiera cuando ya eran estados independientes y repletos de necesidades de desarrollo económico, educativo y de infraestructura. Revueltas y revoluciones se sucedieron en un vaivén durante el cual se amplió el rezago. El siglo XX arribó, pero el influjo de nuevas ideas no llegó sino hasta la cuarta década. En el caso de Guatemala, hubo cuatro dictaduras que abarcaron más de la mitad del período comprendido entre 1847 —declaratoria de la República— y 1944, cuando cayó el autócrata Jorge Ubico.

Después, siempre a causa de polarizaciones, prejuicios e intolerancia acicateados por intereses locales y globales, sobrevino la etapa de los conflictos armados en el Istmo, cada uno con su propia tesitura de horrores y abusos, lo cual socavó los proyectos de crecimiento, democratización e inclusión. Aun así, desde hace casi cuatro décadas los incipientes esfuerzos de apertura a la participación ciudadana se han mantenido, aunque no sin el asedio de mafias y extremismos.

La competitividad global no admite pretextos, así como no tienen excusa los rezagos en educación, salud, atención a la niñez y generación de oportunidades de empleo. La ineficiencia de sucesivas presidencias guatemaltecas ha costado vidas. Este creciente costo de oportunidad constituye una afrenta a la voluntad popular que proceso tras proceso ha confiado en los ofrecimientos de campaña de quienes se postulan voluntariamente pero que, una vez en el cargo, se las ingenian para decepcionar con justificaciones irrisorias.

Aun así, la ciudadanía tiene la palabra. Las experiencias amargas con sucesivos gobiernos, algunos de los cuales tienen a exfuncionarios en prisión a causa de sus actos, constituyen el mejor incentivo para no cometer el mayor error histórico, el de la indiferencia y la apatía. Existen, además, muchas correcciones que se deben hacer al funcionamiento de los Estados y a sus mecanismos de integración. Hay iniciativas funcionales como el Sistema de Integración Centroamericana, que ya ha rendido numerosos frutos, pero existen decepciones evidentes e irremediables como el Parlamento Centroamericano, cuya conformación, prebendas e improductividad solo reflejan aquellos mismos males que una vez arruinaron el sueño de una región unida por un ideal de bien común y que no se deben tolerar más.

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