VENTANA

Zonas chapinas de esperanza

|

No se me olvida la  intervención de una niña de 12 años durante  un taller sobre sostenibilidad  facilitado  por el Dr. Peter Senge, autor del libro La Quinta Disciplina. En el diálogo participaban  niños y niñas (los futuros ciudadanos del mundo) junto a CEOS  de poderosas  empresas. La  niña, con voz tierna pero muy formal,  dijo en voz alta  a los ejecutivos:  “Sentimos que Uds. se tomaron su jugo de naranja y luego se tomaron  el nuestro”. La audiencia permaneció en silencio por varios segundos. Su reclamo era un  callado grito recriminándonos  “¡qué mundo nos están  dejando!”  La imagen del jugo de la niña se puede comparar con el medidor de gasolina de un carro. Mi  generación nació “con el tanque lleno”, pero el país  que le dejamos a nuestros nietos   es un tanque que ya está en  “reserva”.  “Lo que nos toca es conservar lo que nos queda”, agregó el Clarinero.

Silvia Earle es una destacada bióloga marina que nació en New Jersey, EE. UU., en 1935. Desde niña la pasión de su vida fue el océano. “El océano es vida”, insiste con razón. Silvia ha liderado más de 60 expediciones en los mares del mundo. Su récord de buceo cuenta con más de siete mil horas realizando investigaciones en el mundo marino.

Silvia narra en documentales como Misión Azul que ella ha sido testigo de la belleza submarina como también del proceso doloroso de su destrucción en el siglo XX. “En solo 50 años hicimos literalmente que el océano colapsara”, y concluye: “El 90 por ciento de los grandes peces ha desaparecido. Casi el 40% del fitoplancton que genera oxígeno y captura el carbono se ha ido, lo que perturba el sistema básico de vida del planeta”.

Para salvar lo que queda, Silvia ha propuesto a nivel mundial crear una red de áreas marinas protegidas. “Lugares de esperanza”, les llama, para proteger y regenerar el corazón azul de la Tierra. Si Silvia Earle ha planteado para los océanos del mundo crear esas zonas protegidas, propongo que podemos seguir su ejemplo en Guatemala. Invito a quienes leen este artículo, así como a las escuelas, a las cooperativas, a las empresas, a los alcaldes, a los líderes de los 340 municipios de Guatemala, identificar “lugares de esperanza” en sus comunidades, con el fin de protegerlas para conservarlas. Puede ser un lago, un río, un bosque o una montaña con su nacimiento de agua. Organizarse como voluntarios para descontaminarlo y apoyar su regeneración. Imagino un lindo letrero diciendo: “Esta comunidad protege esta zona de esperanza”.

No dudo que será un proyecto que le interesará a los jóvenes conscientes de la importancia de la sostenibilidad en el país.

El desafío es aprender un nuevo idioma, el de los ecosistemas que refiere la reconexión con la vida natural para aprender a construir comunidades sostenibles.

En Guatemala hemos sido testigos del proceso de deterioro que han sufrido las prístinas aguas de nuestros ríos lagos y mares. Nuestras playas están cubiertas por toda clase de desechos. Ya talamos más del 70 por ciento de nuestros bosques. Su biodiversidad está en vías de extinción. Me preocupa el legado ambiental a las nuevas generaciones de guatemaltecos.

En la Convención de la Diversidad Biológica, celebrada en Nagoya, Japón, se incluyó a Guatemala en el grupo de países megadiversos, en octubre del 2010. Nuestro territorio posee una gran cantidad y diversidad de animales y plantas. Tenemos el compromiso mundial de conservarlos. La única manera de “no tomarnos el jugo de naranja de nuestros nietos” ¡es crear estas zonas chapinas de esperanza!

clarinerormr@hotmail.com

ESCRITO POR: