Salud y Familia

Cuatro historias guatemaltecas que demuestran que el amor duradero sí existe

Los matrimonios son para toda la vida. Ese es el pensamiento que comparten parejas  cuya relación se ha prolongado por varias décadas, y han vencido  obstáculos para permanecer unidos.

Como en cualquier unión, sus primeros años  de matrimonio son de adaptación. Nunca faltan las discusiones o inconformidades, pero el diálogo es fundamental para solucionar los problemas.

Debe prevalecer el perdón, respeto, admiración,  dedicación, confianza y  alegría en la relación, así como la paciencia, la disposición de cambiar y enmendar errores. Los detalles y los intereses mutuos fortalecen la unión.

En este espacio se presentan cuatro historias de matrimonios unidos por el amor incondicional de uno hacia el otro, en el marco del Día de San Valentín, que se celebra este martes (14 de febrero).

Respeto mutuo

Ella trabajaba de vacacionista en un almacén y él, encargado de cobros. Fue hace más de 50 años cuando Cupido los flechó. Ada  tenía 17 años y Édgar, 24. Lo que más le gustó a él de ella era que provenía de un hogar conservador y que sus padres se profesaban respeto mutuo. “También me gustan mucho sus ojos —verdeazules— y que es  extrovertida.

Ella se enfoca en los sentimientos y yo, en lo racional”, dice don Édgar Alvarado, psicólogo de profesión. Él ha escrito dos libros sobre religión cristiana.

Doña Ada, de 72 años, se dedicó siempre a la familia. “Me atrajo de él que es  muy servicial, responsable y trabajador. Siempre veló porque no nos faltara nada. Incluso, viajamos al extranjero”, dice.

Fueron novios tres años. “Yo ansiaba casarme con ella, pero quería esperar un poco para darle lo mejor”, recuerda don Édgar. Tienen cuatro hijos y siete nietos. “Ella es una madre abnegada. Se involucraba en mi trabajo al darme consejos. Eso me hacía sentirme útil e importante”, refiere don Édgar, 78.

Ambos sienten  admiración mutua y afirman que las claves para un matrimonio duradero es aprender a perdonar con el corazón, respetarse, escuchar y estar  abiertos al diálogo. “Gracias a Dios nuestros hijos siguieron nuestro ejemplo y tienen matrimonios felices”, añaden.

El amor es lo que nos queda

Victoria y Manuel Chaclán se  conocieron el 22 de enero de 1953 y se hicieron novios el 5 de octubre de ese año. Para ella, estas fechas han sido inolvidables y recuerda detalles  de sus primeros encuentros, hace 64 años, en la obra donde él trabajaba como albañil. “Él siempre fue muy galante. Iba en la camioneta con las rosas que me iba a regalar, aunque lo molestaran”, dice.

Se casaron el 14 de febrero de 1954. Sus primeros años de matrimonio fueron difíciles, porque no tuvieron la ayuda de familiares.

Procrearon siete hijos, pero dos murieron a temprana edad. Su descendencia la conforman 18 nietos y 12 bisnietos. Tienen 50 ahijados.

Ambos recuerdan que todos los fines de semana salían a pasear a la provincia: Sololá, Petén o Izabal eran algunos de sus destinos. “Nos gustaba mucho bailar marimba”, añaden.

Para ellos, lo más importante en una relación es  comunicar lo que no le gusta del otro, ser sinceros, cumplir con sus obligaciones y que ambos ayuden en el hogar.

Pero los años hacen mella en la salud y aunque han pasado por graves padecimientos, han permanecido unidos.
“Aunque no somos tan alegres como antes, estamos tranquilos. Esperamos que otras parejas comprendan que lo único que queda no es lo material, sino el amor que se tengan”, aconsejan.

Las  pruebas se pueden superar

Cuando se le pregunta a Adolfo Fuentes a que se dedicaba antes de conocer a su esposa, responde: “A buscarla”. “Cuando me la presentaron, me impactó. Nos veíamos en reuniones con amigos, y  en una fiesta, ella me tomó de la mano y ahí empezó el romance”, recuerda don Adolfo de su encuentro con doña Julia. Ambos tenían 32 años y decidieron vivir juntos. Se casaron cinco años después.

“Nos gustaba salir a bailar. Era un tiempo muy alegre”, dice don Adolfo. “El matrimonio tiene alegrías, tristezas y enojos. Nosotros aprendimos a tener paz, amor, gozo, templanza y paciencia. Basándose en eso y en el amor de Dios se puede superar duras pruebas”, cuenta doña Julia.

Don Adolfo dice que ve a su esposa guapa y atractiva y que sigue enamorado. Doña Julia asegura que él conserva su buen humor y físico.   “El amor todo lo sufre y todo lo soporta. Cuando uno ama, la vida es más sencilla”, afirman.

Apoyo incondicional marca sus vidas

Esa tarde del 23 de septiembre de 1973 José Velásquez, en ese entonces de 23 años, se despidió de Ana Reyes, 17, con un beso, después de haber ido a la feria que se ubicaba en el Trébol. Así comenzó su historia de amor que ha perdurado 43 años.

A los pocos meses se fueron a vivir a la casa de los papás de don José. En los primeros años de unión ambos enfrentaron  el alcoholismo de él como un reto. Se acercaron a un grupo de misioneros católicos que les ayudó a superar esta prueba.

Se casaron por lo civil en 1976, y ante Dios,  ocho años después. Procrearon cuatro hijos; tres sobreviven. Tienen siete nietos y un bisnieto.

Ella es sobreviviente de cáncer y de un accidente cerebrovascular, pero don José siempre la ha cuidado, protegido y apoyado.

“Nos gusta salir a comer y pasear. Y nunca nos vamos a dormir enojados. Si hay enojos, nos vamos a tomar un café y se nos olvida”, cuentan.

ESCRITO POR:

Brenda Martínez

Periodista de Prensa Libre especializada en historia y antropología con 16 años de experiencia. Reconocida con el premio a Mejor Reportaje del Año de Prensa Libre en tres ocasiones.