Juan Carlos Lemus @juanlemus9

Juan Carlos Lemus

NOTAS DE Juan Carlos Lemus

La vida es extraña. Hoy nos vemos, mañana nos enterramos. Nadie sabe con certeza si tenemos espíritu, alma o energía consciente después de la muerte, pero lo niega o lo afirma el que nada sabe. Nadie ha podido probar la existencia o inexistencia de Dios. A pesar de eso, la gente ha matado a los que no creen. La historia de la humanidad es la historia de la deshumanización. Los asesinos devotos cruzan el tiempo y hoy siguen condenando, relacionando la vida y su legislación con la voluntad divina. Los presidentes, los diputados, esa gentuza, se agarran de un Dios para decirnos cómo hay que vivir.
Érase una multitud cargando en hombros un bus. Así de horrenda, la pesadilla de un señor con dengue. Males del trópico. La fiebre sube y baja como zancudo que flamea deshilachándose al Sol. El drama o melodrama es el de una persona que escribe una opinión para este diario, pero tiene dengue. 360 grados de piquetazos a la sombra. Eligió escribir sobre la SS -no la nazi, la Semana Santa- y no lo dejan en paz los desvaríos provocados por un animal.
Carmen Samayoa se encuentra en Guatemala con motivo del XII Festival Nacional de Teatro. Salió del país en 1980, con su grupo Teatro Vivo. Es una actriz en la que el destino ha depositado 38 años de exilio —sigue la cuenta—, décadas de aprendizaje y desempeño teatral por Europa y América. Vino a ofrecer un conversatorio y dos funciones de su adaptación de un cuento inuit, titulado <em>La mujer esqueleto</em>.
A muy poco estamos de cambiar la exigencia de la lucha contra la corrupción por la lucha por nuestra liberación. Vivimos una dictadura. Quizá, la noción de dictador que tenemos sea obsoleta, de personajes como Pinochet o Franco al mando de tanques, dominando a su plana mayor llena de insignias, que lanzan desde aviones gente amarrada y propaganda anticomunista.
Esta semana, la policía hizo importantes capturas a extorsionistas y sicarios del Barrio 18. Filmó uno de sus operativos y lo subió a las redes. Se ve cuando un pelotón toma por asalto una casa para atrapar a Liro Men, jefe de la banda Crazy Rich —es como decir Hombre Pequeño, jefe de la Rico Loco—. La acción inicia cuando un policía abre de golpe una puerta de metal. Dicho sea de paso, la cerradura cede como si fuese madera podrida. Cuatro agentes armados con un escudo, fusiles, chalecos antibalas, cascos, gorros pasamontaña y otras armas atadas a sus muslos ingresan gritando “¡Policía!”. Se abren paso por una habitación hasta el patio y sorprenden a Liro Men tratando de huir por una escalera. Le gritan: “¡Policía! ¡Alto! ¡Al suelo! ¡Las manos atrás!”. Liro Men se somete, baja de la escalera, se tira al suelo; un policía le ata las manos, en tanto que otros dos le apuntan con sus fusiles al cuerpo y a la cabeza. Enseguida, levantan a Hombrecito —o Liro Men, o Little Man— y lo alinean junto a ellos para la foto de rigor.
Concluía el segundo día de clases cuando una estudiante preguntó a sus compañeros si alguien iba para la 18 calle. Eran pasadas las 7:30 de la noche, entre semana. Estábamos en un aula de la Universidad Popular. Tres o cuatro jóvenes respondieron que hacia allá iban. No entendí si ella ofrecía jalón o lo pedía, pero me agradó la acción conjunta, su solidaridad o la de quienes le contestaron. Como ya había ganado cierta empatía con aquel grupo, me animé a decirles lo que pensaba, que era bueno apoyarse con el aventón, y que bla, bla, bla. Me aclararon que el llamado era para irse a pie, no en carro.
Desde ya deberíamos pagar nuevos impuestos municipales destinados a erigir una talla en piedra del señor don Álvaro Arzú Irigoyen, cuyo blasón habrá de lucir sellos burilados de Carlo Magno y San Luis, rey de Francia, más una sortija de san Carlos Borromeo. Habrá que remozar las mamaderas de la loba. De los hocicos de Rómulo y Remo resbalará, no leche de perra loba, sino palabras en piedra escurridas por el señor alcalde —expresidente, ochenta veces exalcalde—, sus memorables elogios dados al ejército de su propiedad, el Nacional de Guatemala.
¿Cómo pasar del repudio a la transformación social? Pasan siglos y no pasa nada, dicen. Pero pasa. El oleaje avanza y retrocede. Todo se repite con algunas variantes porque ninguna ola es igual a otra. Y la pregunta ¿cómo pasar del repudio a la transformación social? tiene respuestas.
Un primer impulso es escribir que los tres documentales se refieren al racismo y discriminación de los pueblos mayas. Pero, ¿quieren ver un acto de magia? Vean desaparecer estas palabras: “racismo”, “discriminación”, “pueblos mayas”. Sus trazos se resquebrajan como popó de comején grabado en una pared. Se desmoronan, se hacen montoncillos de polvo sobre la línea. Su fantasma o significado apenas cala en sociedades que consideran tediosos esos temas.
El hombre ha depositado lo más asqueroso de sí en una víbora, un cerdo, una rata, porque para mirarse necesita proyectar su desdicha en otro. Ese “otro” es un animal inocente, ajeno a los atributos sociales encomendados. Lucifer cabalgando sobre una bestia de siete cabezas y babeando larvas es apenas un espejo de la desgracia terrenal, de personas, pues todo lo nocivo atribuido a los animales, reales o imaginarios, es humano. Por eso, decir que una raza de víboras nos gobierna es apenas un acercamiento, un reflejo. Se querría decir la verdad, pero sonaría ruda. La bestialidad es, pues, mero eufemismo.